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Friday, August 23, 2013

Punk de pasarela

Aún no he conseguido formarme una opinión acerca de qué me parece que los museos de arte hayan abierto sus puertas al mundo de la moda. Quizá porque me parece un mundo básicamente frívolo, soy incapaz de poner al mismo nivel la alta costura y el gran arte. Una buena pintura resiste el paso del tiempo; un vestido no tiene mucho sentido si nadie se lo pone. Me dirán que hay muchos matices que atender y que me ciegan los prejuicios, pero siempre he pensado que cuanto más dedica uno a decorarse por fuera más vacío está por dentro.

No es extraño, por tanto, que me haya llamado la atención una de las exposiciones actuales del Metropolitan Museum de Nueva York. Y no porque haya montado una exposición sobre moda (lleva tiempo haciéndolo), sino porque la dedica nada menos que a la estética punk y al uso que han hecho de ella los diseñadores de más renombre. La verdad es que ya a bote pronto las palabras punk y museo parecen contradictorias. No voy a asumir aquí el papel del punk ofendido porque no soy un punk, si bien una parte de mi adolescencia estuvo marcada por pantalones vaqueros rotos y demás prendas anti-preciosistas como reacción contra la importancia excesiva que se le otorga en nuestra sociedad a la imagen exterior de las cosas. (Entonces no me daba cuenta de que mi imagen no dejaba de ser un estereotipo más.) Aunque ahora mis postulados estéticos no son tan radicales, sigo manteniendo en mente ese rechazo a dedicar grandes cantidades de dinero a la ropa, lo cual no es incompatible con que a uno le guste vestir bien.



No deja de ser curioso comprobar que lo que a finales de los años 70 surgió como un gran corte de manga al establishment fuera absorbido tan cómodamente por el “sistema” que intentaba destruir, hasta el punto de que la estética de pinchos, imperdibles y telas rasgadas haya pasado a formar parte no sólo de la moda para las masas sino de las pasarelas reservadas a una élite económica muy reducida. No hay por qué sorprenderse; es una historia bien conocida. También pasó con los hippies o Kurt Cobain.


La explosión primigenia del punk vino a ser un soplo de aire fresco en cuanto que cada uno apañaba su ropa como le venía en gana, al margen de resultados más o menos acertados. Pero si algo nos demuestra la evolución vertiginosa de la cultura pop es que la publicidad y la moda convierten todo asomo de genuina creatividad espontánea en productos plastificados fácilmente reproducibles. Nada más opuesto al espíritu D.I.Y. (Do-It-Yourself, literalmente Hazlo tú mismo) preconizado por el punk. Yo dejé de ponerme vaqueros rasgados cuando comprobé que las tiendas empezaban a vender ropa que venía rota de fábrica.


La moda siempre me ha interesado infinitamente menos que la música, con lo que el abandono de los vaqueros rotos no conllevó tirar a la basura mis discos de The Clash, Sex Pistols, The Damned, Dead Kennedys, etc., los cuales he seguido escuchando hasta hoy. Como pasa con el arte, la música perdura y la moda... pues eso, es moda. Que me disculpen los divos de la alta costura, pero su acercamiento al punk tiene un aire inevitable de superficialidad, como el niño que se entusiasma con un juguete nuevo y a los dos días se ha olvidado de él. Para un servidor, si uno busca algo parecido al arte en el punk lo mejor que puede hacer es deleitarse con los primeros álbumes de los Ramones o con Spiral Scratch de los Buzzcocks, el manifiesto D.I.Y. por excelencia.


La exposición Punk: Chaos to Couture se puede ver en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York hasta el 14 de agosto. Y después, una lectura del libro Pop Art de Eric Shanes seguramente te ayude a entender por qué no hay nada a priori incompatible con la cultura de masas.

Wednesday, June 5, 2013

Arte fotos

La fotografía parece un arte reservado a la revista NationalGeographic o al concurso internacional más importante del mundo, el WorldPressPhoto. Sin embargo, hay muchos fotógrafos que han explorado las múltiples posibilidades de este invento relativamente moderno en relación con la pintura clásica. Desde comienzos del siglo XIX, cuando Daguerre inventó el daguerrotipo, algunos fotógrafos emplearon las tradiciones del arte pictórico, incluyendo a los grandes maestros, para explorar y justificar su arte.

Oscar Gustav Reijlander, The two ways of life, 1857. 41 x 79 cm. Royal PhotographicSociety, Bath.
Oscar Gustav Reijlander, The two ways of life, 1857. 41 x 79 cm. Royal PhotographicSociety, Bath.


Recientemente, la NationalGallery de Londres dedicaba una exposición, Seducedby art: Photographypast&present,

Monday, March 18, 2013

Apadrina un Dalí

Dalí es el hombre de las mil caras, de la extravagancia como estandarte, de la controversia como modelo de vida, de la teatralidad como forma de promoción, del enfrentamiento con sus contemporáneos, de los exabruptos calculados, del culto al dinero por encima de todo y también,  afortunadamente, del surrealismo llevado al extremo. ¡Viva Dalí, muerte al pan!


Son muchos los textos que se han escrito sobre su persona y su estilo de vida, seguramente más en vida de él que después de su fallecimiento, aunque en verdad basta con acercarse a las conjugadas frases que nos dejó para tratar de entender su histriónico carácter. Ya a la temprana edad de 16 años escribió en su confitado diario: «seré un genio, y el mundo me admirará». Con esta declaración de intenciones es fácil comprender la fuerte voluntad de que hizo gala a lo largo de su carrera para ser tomado por un loco en un mundo que se caracterizaba de más en más por su inestabilidad. Y hablando de Gala, a quien amaba más que a las butifarras, uno de los argumentos que tuvieron más peso en las fuertes críticas que recibió de sus compañeros de movimiento estaba relacionado con la adoración biológica que sentía por el dinero,  no por menos, este fue el desencadenante de su expulsión del grupo liderado por André Breton, tras un juicio popular al que se presentó vestido de gala con una manta y un termómetro; sin embargo, Dalí tenía a gala presumir de esta afición desmesurada por el que otros consideraban vil metal, renegó del grupo que después le consideró su santo patrón y afirmó con galanía: «Amo a Gala más que a mi madre, más que a mi padre, más que a Picasso y más, incluso, que al dinero».




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Dalí, Placeres iluminados, 1929. Óleo y collage en tabla. 24 x 35 cm. Musem Of Modern Art. Nueva York


Para poder admirar a este genio en todas sus acepciones y conocerlo por las conmocionantes obras que le lanzaron al estrellato, el Centre Pompidou en París le rinde un jondo homenaje para el que cuenta con algunas de sus mejores y más conocidas pinturas en una exposición sin precedentes que pretende aclarar toda la fuerza de su obra y todo aquello que esta debe a su personalidad, tanto a sus rasgos de genio como a sus excesos. En ella podremos ver de segunda mano, de primera sería imposible, Los relojes blandos, prestado por el MOMA de Nueva York, y otros préstamos de los principales museos de Dalí del mundo: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, la Fundació Dalí de Figueras y el Dalí Museum de San Petersburgo. De esta manera nos podremos evitar unos cuantos viajes y con solo un pequeño desplazamiento a la capital de la barra de pan fina podremos disfrutar de uno de los artistas más populares y que sin duda más supieron hacer uso de la creciente proliferación de la auto publicidad. Habrá que darse prisa porque la exposición termina el 25 de marzo, pero hay tiempo suficiente y, además, el Centre Pompidou ha ampliado sus horarios gracias a la marcial afluencia de gente. No solo se puede asistir incluso los domingos sino que el museo permanece abierto hasta las 23h cada día. Un pequeño consejo, si os decidís a hacer una visita sacad la entrada con antelación pues os evitaréis unas colas miriamétricas, con decenas de miles de Miriams esperando su turno.

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Cartel surrealista, 1934. Óleo. Colección privada.


Antes de empezar a preparar las maletas y obligar a tu pareja a que te acompañe, vete calentando motores con cualquiera de estos libros que presentan una extensa y magníficamente ilustrada colección de obras del artista, y con la que además será más fácil convencerla. Salvador Dalí y Dalí a secas, de Victoria Charles, o Life and Masterwoks of Salvador Dalí de Eric Shanes (en inglés). Si ya está de acuerdo, podréis compartir el placer de observar el despliegue de imaginación sin confines del que el maestro siempre fue adalid. Si no tienes pareja y te decides a ir solo, la buena noticia es que todo te saldrá a mitad de precio. Porque, eso sí, la entrada al museo no es gratuita, pero que mejor manera de contribuir al homenaje a Dalí, que colaborar a que la memoria del artista se siga enriqueciendo con aquello que casi más quiso.

Dalí, Centre national d'art et de culture Georges Pompidou, hasta el 25 de marzo de 2013.

Tuesday, March 12, 2013

Señoritas de pro

«Tienes ya edad, Jo, de dejar trucos de muchachos y conducirte mejor». Esto le decía la mayor de las hermanas March a Josephine, caracterizada por su aire masculino y su fuerte carácter. Mujercitas, el clásico de Louisa May Alcott que narra la evolución personal de cuatro jóvenes en los años de la Guerra de Secesión estadounidense, fue sin duda una revolución en la literatura estadounidense del siglo XIX y una de las lecturas favoritas de muchas niñas –y no tantos niños– de todo el mundo, incluidas la que escribe y Rachel, de Friends.

Ahora bien, ¿en qué sentido fue transgresora esta novela para niñas —por desafortunada y «decimonónica» que resulte esta clasificación—? Pese a que en el siglo XIX se desechara la idea de que la infancia era una etapa maleable e insignificante de la vida imperante en el siglo anterior, ésta fue sustituida por una concepción virginal de las niñas a comienzos del nuevo siglo. Las niñas no debían ser otra cosa que inocentes angelitos, preocupadas por la moda, la higiene y los quehaceres domésticos. «Niñas antiguas» vestidas de blanco, con pololos y puntillas, enaguas y fajas de raso en tonos pastel, como la pequeña Fanny Travis Cochran retratada magistralmente por Cecilia Beaux.

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Cecilia Beaux, Fanny Travis Cochran, 1887.
Óleo sobre lienzo, 91,4 x 74,1 cm.
Donación de Fanny Travis Cochran
Pennsylvania Academy of Fine Arts 1955.12, Filadelfia, Pensilvania.


En contraste con esta imagen, Jo March encarna las transformaciones que se operaron en la percepción de la niñez a lo largo del siglo: una niña podía ser algo más que una futura señorita; podía ser creativa, independiente y decidida, anhelar la libertad de los chicos y tener ambición.

Esto bien lo saben los organizadores de la exposición itinerante «Angels and Tomboys – Girlhood in Nineteenth-Centurty American Art», que explora el papel de las niñas y adolescentes en la pintura, la escultura, los grabados, la fotografía y la literatura estadounidenses en el siglo XIX. Pone de manifiesto que, además de niñas angelicales sumisas e insustanciales, también existían niñas desgarbadas que se comportaban como chicos, niñas que habrían preferido combatir en una guerra que destruyó hogares en lugar de quedarse en casa haciendo calceta, niñas obligadas a trabajar y adolescentes que debían hacerse mujeres muy a su pesar.

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Abbott Handerson Thayer, Ángel, 1887.
Óleo sobre lienzo; 92 x 71,5 cm.
1929.6.112.
Donación de John Gellatly.
Smithsonian American Art Museum, Washington D. C.


Abbott Handerson Thayer pintó una alegoría de su hija como un ángel custodio que brindara salud a su mujer, hospitalizada por «histeria». No obstante, el rostro del ángel, como el de Fanny Travis Cochran, tiene un aire reflexivo y de introspección que parece expresar su inconformidad ante la extendida práctica de internar a cualquier mujer insatisfecha.

Ésta y otras criaturas angelicales estarán expuestas en el Memphis Brooks Museum of Art hasta el 12 de mayo de este año. No obstante, si te faltan las alas para viajar hasta allí, puedes consolarte con algunas de las más bellas representaciones de sus portadores divinos recogidas en Ángeles de Klaus Carl.

Monday, January 7, 2013

Almas gemelas mal avenidas

Dos artistas viven una intensa historia de amor llena de pasión, traiciones y desengaños durante el periodo de la guerra fría. Él, conocido comunista, utilizaba la pintura como medio de expresión de su ideología. Ella, físicamente frágil y limitada, pintaba para soportar su sufrimiento. Ambos se basaban en sus raíces comunes para llevar sus obras a cabo. Él, animal social, viajó mucho y gustaba de fiestas y recepciones. Ella, marcada por un accidente y enfermedades infantiles, se ensimismaba en su propio mundo. Podría ser el argumento de una comedia romántica, o un culebrón, pero en realidad es la vida de Frida Kahlo y Diego Rivera; su historia de amor fue intensa, llena de infidelidades y, por supuesto, arte.

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Frida Kahlo, Frieda y Diego Rivera, 1931.
Óleo sobre lienzo, 100 x 78,7 cm.
San Francisco Museum of Modern Art, San Francisco.
© Banco de Mexico Diego Rivera & Frida Kahlo Museums Trust, Mexico, D.F. / Artists Rights Society (ARS), New York.


Frida «estaba rota y no enferma», según ella misma, y poseía una inmensa fuerza interior. En mi mente está inevitablemente asociada a Chavela Vargas, no sólo por la supuesta relación que mantuvieron (de la que me enteré muchísimo más tarde de que surgiera mi admiración por ambas), sino por las semejanzas que encuentro entre ellas: mujeres fuertes, rebeldes y autosuficientes en un mundo que les era hostil; ambas encontraron en el arte una manera de expresarse que llevó a muchos de los que las hubieran censurado a admirarlas y a comprender un mensaje que jamás hubieran aceptado de otro modo.

La vida en pareja con Diego debió de resultarle muy dolorosa. Corrijo, debió de resultarles muy dolorosa a ambos, ya que los dos fueron infieles y las peleas eran constantes; sin embargo, no se entiende la obra de ninguno de los dos sin la influencia del otro. Era una simbiosis lacerante, un «ni contigo ni sin ti» llevado al extremo. Compartieron ideología, arte, amigos, amor y desamor admiración y respeto mutuo, y mucho dolor. Pero al final, cuando ella por fin murió y pudo descansar de los padecimientos que la habían postrado en una silla de ruedas, Diego escribió: «Yo me he dado cuenta que lo más maravilloso que me ha pasado en mi vida ha sido mi amor por Frida.»

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Diego Rivera, El hombre controlador del universo (o El hombre en el cruce de caminos) (detalle), 1934.
Fresco sobre bastidor metálico transportable, 4.80 x 11.45 m.
Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México.


Aún tienes unos días para acercarte a la exposición «Frida & Diego: Passion, Politics and Painting» (20 de octubre de 2012-20 de enero de 2013) que hospeda la Art Gallery of Ontario, en Toronto, y descubrir esta relación tormentosa, sus influencias mutuas e intereses comunes y el arte que se derivó de ella. O si prefieres darte un tiempo para estudiarlos y comprenderlos mejor (la ocasión lo merece), puedes hacerte con los estudios que les dedica Gerry Souter: Kahlo y Rivera (ambos en inglés).

Tuesday, January 1, 2013

¿Y si el que se desnuda es él?

En un mundo que entiende el término ‘erótico’ como sinónimo de ‘desnudo integral’, cuesta imaginar que la imagen de alguien sin ropa pueda provocar críticas encendidas (excepto por los que se quejan de todo, ya sabéis quiénes son). Pero si el cuerpo desnudo es el masculino, es otro tema.

La sociedad patriarcal, que ha desnudado el cuerpo femenino hasta convertirlo en objeto y no contento con ello ha impuesto esa mirada a las propias mujeres de forma que ya ni protestamos al ver los genitales desnudos de una fémina, no soporta ver un hombre desnudo; le parece indecente, inmoral e incluso aberrante. Se siente atacada e indefensa ante la visión de «el padre» aparentemente vulnerable y en una posición de supuesta debilidad (sin mencionar el fantasma de la homosexualidad). Como toda cultura, quiere mantener oculto aquello que venera (en este caso, el falo), libre de riesgos y daños. Hace lo mismo con lo que considera pecaminoso, curiosa coincidencia.

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Donatello, David, c. 1440.
Bronce, al.: 158 cm.
Museo Nazionale del Bargello, Florencia.


Y no es que reivindique la cosificación del cuerpo masculino, pero considero que también puede ser bello y objeto de una obra de arte, y no debería causar reacciones como el pudor o el rubor. Es algo natural que ha de ser tomado como tal. El desnudo masculino tiene más de 4.000 años de antiguedad y no porque ahora nos hayamos vuelto unos mojigatos (e hipócritas) de cuidado va a dejar de ser arte. Eso sí, al arte lo que es del arte y al resto otra etiqueta, por favor.

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Egon Schiele, El predicador (Autorretrato), 1913.
Lápiz y aguada sobre papel, 47 x 30,8 cm.
Leopold Museum, Viena.


El tema es que el Leopold Museum (en Viena, ciudad cosmopolita y liberal, ya sabéis) tiene una exposición sobre el desnudo masculino que, al parecer, ha levantado ampollas en los sectores conservadores, y otros que no lo son tanto, de la ciudad. Si tienes un rato para acercarte a ver la otra cara del desnudo, puedes hacerlo hasta el 4 de marzo de 2013. Si prefieres disfrutar estas imágenes en la intimidad, no dudes en hacerte con Desnudos o The Story of Men’s Underware (en inglés).

Tuesday, November 20, 2012

A solas con Hopper

Para una amplia mayoría de historiadores del arte y críticos, la obra de Hopper está necesariamente ligada a la soledad. Así pues, ya que debemos hablar de Hopper, hablemos de soledad. Y ya que estamos, hagámoslo de la soledad llevada al extremo, que es el solipsismo. Este término alude a una forma extrema de subjetivismo que afirma que lo único que existe es el propio yo o, al menos, lo único que puede ser conocido. Cualquier noción externa a uno no tiene entidad sino como producto de nuestra mente. Bueno, de «mi» mente, ya que estoy yo sola. Sería algo así como Juan Palomo in extremis.

Realmente se presenta como una idea desoladora, pero podría verse como la única forma de preservar la singularidad ante un mundo cada vez más masificado. En este sentido, la obra de Hopper se podría calificar de solipsista, porque las figuras que representa parecen elegir estar solas, incluso aunque aparezcan en compañía de otros. La soledad es su forma de no participar de la modernidad, del optimismo generalizado, de las incongruencias del mundo; es una forma de ensimismamiento. A este respecto, Hopper declaró que la abstracción que se desprende de sus cuadros tal vez no fuera otra cosa que un reflejo de su propia soledad, o quizá un elemento característico de la condición humana.

 


People in the Sun (Grupo de gente al sol), 1960.
Óleo sobre lienzo, 102,6 x 153,4 cm.
Smithsonian American Art Museum, Washington D.C.


 

En People in the Sun, por ejemplo, vemos a un grupo de personas orgullosas de su propia soledad, con la mirada fija en el horizonte o en una hoja de papel, sin establecer ningún tipo de contacto entre ellos. La absoluta falta de comunicación acentúa la sensación de soledad. Esta obra reúne todos los elementos característicos de Hopper: las grandes formas geométricas, la aplicación de colores planos, la presencia de elementos arquitectónicos y, por supuesto, el protagonismo de la luz, que al proyectar las sombras sobre el pavimento parece ser lo único que tiene movilidad en la composición.

 


Two Comedians (Dos comediantes), 1966.
Óleo sobre lienzo, 73,7 x 101,6 cm.
Colección de la familia Sinatra.


 

En una de las biografías de Hopper se afirma que se identificaba con la marginalidad de los payasos y otros artistas igualmente ajenos al mundo real. Así, en su última obra, Two Comedians, vistió a su mujer, Josephine, y a sí mismo de pierrots que saludan al público al final de su actuación. Hopper hace una reverencia al espectador y lleva de la mano a aquella que lo acompañó en todo. ¿Qué significa esto? ¿Acaso trataba de decirnos que la soledad que pintaba no era más que metafórica, pues siempre la compartió con Jo? ¿Tal vez es una broma de mi mente solipsista que trata de hacerme entender que el Hopper del que hablo no era más real que este que se despide vestido de comediante?

 

Tanto si existes fuera de mi mente como si no, no te pierdas la mayor retrospectiva dedicada al artista que acoge el Grand Palais de París hasta el próximo 28 de enero ni desaproveches la oportunidad de llenar tu soledad con esta monografía en formato electrónico de Gerry Souter.

 

 

Sunday, November 11, 2012

Del cielo, de la tierra y de las estampas que los conectan

Aún conservo una serie de estampitas de cristos, santos y vírgenes que mi abuela me animó a reunir cuando era niña. Todas las noches, quizá no todas, pero al menos tres o cuatro seguro que sí, las extendía sobre la cama y a ellas les dirigía mis oraciones. ¡Cuál no sería mi sorpresa cuando en la larguísima Los diez mandamientos vi cómo Dios castigaba a los adoradores de ídolos! Me sentí terriblemente ultrajada. Pero, ¿cómo no estarlo? Las imágenes no sólo pueblan iglesias, santuarios, templetes, monasterios, etc., etc., sino que incluso salen a la calle en procesión, y las vemos en edificios públicos, en escuelas y en incontables viviendas particulares. Más aún, una gran parte de estas obras sagradas son verdaderas obras maestras de la pintura y la escultura. No podía entender cómo tanta belleza podía tener algo de malo.

En Francia, las imágenes de devoción cristiana florecieron especialmente durante el siglo XVII, cuando la construcción de edificios religiosos aumentó exponencialmente y fue preciso decorarlos. El mes pasado, el Musée Carnavalet de París inauguró una exposición que constituye una verdadera retrospectiva del arte parisino del siglo XVII y que reúne más de un centenar de imágenes de carácter religioso que sobrevivieron a la Revolución y a las reformas urbanas del siglo XIX. Permanecerá abierta hasta el 24 de febrero de 2013 con el nombre de «Les couleurs du ciel» (Los colores del cielo).


Hans Memling, panel central del tríptico El juicio final, c. 1467-1471.
Óleo sobre tabla, 221 x 161 cm.
Muzeum Narodowe w Gdańsku, Gdańsk.


En la Biblia, la palabra «cielo» (o su variante «cielos») aparece en más de 700 versículos, incluidos los dos en los que Dios condena la realización de semejanzas de las cosas que están allá arriba (Éxodo 20, 4 y Deuteronomio 5, 8), y el firmamento juega un papel crucial en las representaciones de escenas bíblicas. El cielo es la morada divina, tal como invoca el Padrenuestro; el arco iris simboliza el nuevo pacto con todos los hombres tras el diluvio universal; del cielo abierto descendió el Espíritu Santo sobre la tierra; las estrellas caerán en forma de ángeles y la de oriente anunció el nacimiento del Rey de los Judíos, y un cielo críptico y amenazante como el de Memling puede estar extraído del Apocalipsis.


Ivan Nikolaevich Kramskoi, Cristo en el desierto, 1872.
Óleo sobre lienzo, 180 x 210 cm.
Galería Estatal Tretiakov, Moscú.


No obstante, por encima de todo, para un creyente el cielo es el lugar en el que Cristo intercede por la humanidad y de donde volverá para juzgar a vivos y a muertos cuando se acabe el mundo (sea el 21 de diciembre o cualquier otro día); el lugar donde reposan sus seres queridos y aquel al que un día retornaran al estado anterior a la caída. Así pues, el cielo, como las demás imágenes sacras, no es el objeto de la adoración; el culto de la religión no se detiene en las imágenes, sino que se dirige al Dios encarnado, tal como escribió santo Tomás de Aquino en su Summa Theologiae.

Yo sigo en mis trece de que algo tan bello como el Cristo en el desierto de Kramskoi no puede conducir a nadie a la condenación eterna y, por ello, seguiré guardando esas estampitas y me descoyuntaré las vértebras cervicales en éxtasis el día que tenga la fortuna de visitar la Capilla Sixtina.

Si planeas una visita a París próximamente, no pierdas la oportunidad de admirar en detalle los cuadros que han descolgado de los museos más antiguos de la ciudad para la ocasión. Y si la exposición llega tarde y ya tienes tortícolis de tanto mirar hacia arriba, ¿por qué no aprovechar el obligado reposo para ampliar tus conocimientos sobre el arte sacro con las imágenes de Cristo de este magnífico eBook de Ernest Renan?

Tuesday, October 9, 2012

Entre naturalismo e impresionismo: Caillebotte

Debo admitir que cuando, hace no mucho, mi jefe me nombró a Caillebotte, no sabía de quién me estaba hablando, mucho menos su nacionalidad o el movimiento estético al que pertenecía (y no digamos cómo escribirlo). Pero Google existe por una razón, así que hice una búsqueda y me quedé sorprendida al ver que, aunque no conocía el nombre del artista, las imágenes me eran muy familiares. Y es que con Caillebotte pasa como con las canciones clásicas, que todo el mundo las conoce pero poca gente es capaz de decir el intérprete/autor.

Este acaudalado impresionista tuvo parte de culpa del éxito de sus compañeros y luego cayó en el olvido (¿quizá por su toque naturalista?). Y digo que tuvo culpa porque se convirtió en su mecenas, además de amigo y colaborador, y no contento con eso, a su muerte donó su colección al Estado.


Calle de París, día lluvioso, 1877.
Óleo sobre lienzo, 212,2 x 276,2 cm.
Art Institute, Chicago.


Es precisamente esta mezcla de impresionismo y naturalismo lo que, a mi parecer, lo hace interesante y le da ese aspecto de fotografía a sus obras. Eso, además de los temas elegidos, claro, ya que como buen impresionista se dedicó a retratar el París urbano, pero lo hizo con un aire más del siglo XX que del XIX (hay quien afirma que le recuerda a Hopper, y no me parece una comparación desacertada).

La exposición «Gustave Caillebotte. An Impressionist and Photography» del Schirn Kunsthalle de Fráncfort del Meno hace especial hincapié en este aspecto fotográfico; tanto que expone, junto a las obras de Caillebotte, fotografías de finales del siglo XIX y principios del XX. Si tienes un rato, puedes acercarte y maravillarte con la obra de este no tan conocido pintor. O si lo prefieres, puedes hacerte con este libro de Nathalia Brodskaya.

Friday, October 5, 2012

Rubens también se habría dejado seducir por el Photoshop

Aquí y ahora, me propongo romper una lanza a favor de la belleza alterada, esa que busca la perfección que resulta agradable a la vista. ¿Y a qué se debe mi repentino interés por esta falsedad y por qué la reivindico? En primer lugar, se me ha dado la oportunidad de hablar de Pedro Pablo Rubens, archiconocido por sus representaciones de mujeres rotundas y lozanas. En segundo lugar, porque a diario la prensa internacional recoge notas polémicas relacionadas con el Photoshop, esa herramienta que convierte a los diseñadores gráficos en dioses modeladores de la imagen.

Veamos algunas de las más recientes. En respuesta a la petición impulsada por una joven de Maine que obtuvo más de 84.000 firmas, la editora de la revista para adolescentes estadounidenses Seventeen se comprometió a no retocar las fotografías que publique, así como a mostrar a modelos reales y saludables. Por lo general, estos programas de edición de imágenes se utilizan profusamente para alterar el color y el tono de piel, borrar arrugas y adelgazar las formas. No obstante, esta semana la aplicación también ha salido a la palestra por «engordar» a la que muchos consideran la heredera de Elle McPherson, la modelo Karlie Kloss. Tras la controversia que se generó en torno a esta joven y delgadísima modelo en diciembre del año pasado, cuando Vogue Italia se vio obligada a retirar una de sus fotografías que estaba siendo utilizada por numerosos sitios pro anorexia, la edición japonesa de la revista Numéro optó por disimular las marcadas costillas de la supermodelo. Pues bien, aunque pueda parecer contradictorio, este nuevo uso del software tampoco se ha librado de las críticas (y no sólo por parte del indignado fotógrafo responsable, Greg Kadel).

Y es que estamos ya tan acostumbrados a los retoques en la industria de la moda y las revistas (también en otros medios con objetivos distintos, pero eso es harina de otro costal), que hemos dejado de esperar que las fotos sean un fiel reflejo de la realidad. Muchos lectores asumimos que la mayoría de las imágenes se manipula de alguna forma, y no sólo en lo que respecta a las imperfecciones humanas, sino que los cielos se hacen más brillantes, se eliminan los objetos que resultan inadecuados para la composición y se realzan los colores para que parezcan más «auténticos». En el fondo, lo que se intenta es adaptar el mundo a esos ideales que no existen sino en nuestros pensamientos y que dependen de épocas y subjetividades.

 


Pedro Pablo Rubens, Júpiter y Calisto, 1613.
Óleo sobre tabla, 126,5 x 187 cm.
Gemäldegalerie Alte Meister, Kassel.


 

No voy a decir que estoy de acuerdo con la exaltación de las costillas salientes, los vientres y las mejillas hundidos y los glúteos inexistentes, porque evidentemente no es así. Sin embargo, quien afirme que la belleza se debe representar exacta y crudamente como es en realidad y tome a grandes maestros como Rubens como ejemplo, evidentemente no se ha detenido a mirar lo artificialmente perlada que es la piel de sus figuras ni cómo estas se recortan sobre fondos oscuros y reciben calculados haces de luz que las hacen resplandecer.

Si he conseguido sacudir tu interés por las graciosas mujeres de Rubens, tienes aún unos días para planear tu visita a la exposición que acogerá el Von Der Heydt-Museum de Wuppertal desde el 16 de octubre hasta el 28 de febrero del próximo año. Y si no puedes esperar tanto y quieres empezar a debatir sobre si el flamenco pintaba a las mujeres de su entorno tal como eran o según le resultaban más complacientes, llévate a casa este ebook de Victoria Charles.

 

Tuesday, October 2, 2012

La verdadera inocencia de los musulmanes

El undécimo aniversario de los ataques del 11 de septiembre ha estado trágicamente marcado por el asesinato del embajador de Estados Unidos en Bengasi, Libia. Este atentado se confundió entre una serie de protestas, violentas y no violentas, suscitadas por el insultante y mediocre largometraje estadounidense Innocence of Muslims (La inocencia de los musulmanes). Aún no se ha confirmado el nombre del responsable de esta película que ridiculiza a Mahoma (o Muhámmad, según se prefiera) y que, supuestamente, trata de demostrar que «el islam es un cáncer», pero las secuencias publicadas por ese desconocido en YouTube han desatado una violencia difícilmente contenible.

Realmente es una desgracia que sucesos como estos empañen la riqueza y la diversidad de la civilización islámica. Este undécimo aniversario también coincide con la apertura del octavo departamento del Louvre dedicado enteramente al legado artístico del islam. En el discurso pronunciado durante la inauguración, el presidente de Francia, François Hollande, no sólo alabó el universo islámico formado por mil y un mundos, épocas, lugares e inspiraciones, sino que declaró abierta la batalla contra la intolerancia y calificó de injusta la atribución de los fundamentalistas islámicos, que se declaran representantes de todo el islam y tiñen de sangre todas sus culturas.

Sí, culturas en plural, porque el islam se extendió por un vastísimo territorio, desde la India hasta España, que abarcaba gentes y culturas muy distintas, no sólo árabes. En definitiva, las creaciones artísticas islámicas fueron fruto de intercambios constantes, intercambios que inevitablemente han conformado eso que llamamos cultura occidental. Y a veces de forma sorprendente. Veamos, por ejemplo, esta obra maestra del arte metalúrgico, una de las joyas del gran museo de Francia, que se conoce como El baptisterio de san Luis.


Vasija conocida como El baptisterio de san Luis, c. 1320-1340.
Latón con incrustaciones de plata y oro, altura: 22cm y diámetro de apertura: 50,2 cm.
Musée du Louvre, París.


Durante siglos, esta pieza de metal sirvió para bautizar a los niños reales de Francia, desde Luis XIII, en 1601, hasta el príncipe imperial, Napoleón Eugenio, hijo de Napoleón III, en 1856. No obstante, su origen se encuentra en Siria o Egipto, en la época del sultanato de los mamelucos, la dinastía de antiguos esclavos que gobernó el mundo árabe desde 1250 hasta 1517, cuando fueron conquistados por los otomanos. Se atribuye a Muhámmad ibn az-Zayn, pero se desconoce quién era su destinatario. Tampoco se sabe cómo llegó a manos reales ni por qué flores de lis decoran su exterior. Lo que sí parece cierto es que la vasija aún no existía en 1270, cuando falleció Luis IX, por lo que el nombre por el que se la conoce tradicionalmente sería incorrecto. Pero... ¡qué gran ejemplo de la inevitable interferencia entre los pueblos! Los monarcas por derecho divino se cristianaban en una obra de origen islámico...

Con respecto a las últimas erupciones de violencia, la cabeza visible de la Iglesia católica, el papa Benedicto XVI, ha implorado durante su visita a Beirut por que, lejos de separarnos, las diferencias culturales, sociales y religiosas nos lleven a establecer «un nuevo tipo de fraternidad». Para empezar, no dejes de visitar el nuevo espacio diseñado por los arquitectos Mario Bellini y Rudy Ricciotti en el país de la «Liberté, égalité, fraternité» ni de embeberte de grandeza oriental con las coloridas ilustraciones de los ebooks Art of Islam y Art of India y del libro Central Asia Art.

Tuesday, September 25, 2012

Almuerzo sobre la hierba y ratones en la despensa

Con el afán de presentar sus colecciones al público de una forma diferente, el Nationalmuseum ha organizado una exposición sobre la Francia del siglo XIX y la vida moderna que surgió en ese convulso siglo, concretamente en el período comprendido entre la Revolución Francesa y el estallido de la primera guerra mundial.

Por algún motivo, lo primero que se me viene a la mente a la hora de hablar sobre este tema es la conocidísima fábula del ratón de campo y el ratón de ciudad. De forma resumida, con plena consciencia de que existen infinitas y sutiles variaciones, cuenta la historia de un ratón de ciudad que invita a un ratón de campo a participar de las exquisitas golosinas de su despensa urbanita, pero su festín es trágicamente interrumpido y el ratón de campo pone pies en polvorosa hacia su adorada campiña convencido de que ningún manjar es lo suficientemente delicado como para exponerse a los peligros de la ciudad.

¿Y qué relación puede guardar una fábula de la Antigüedad clásica con Francia y con la época de las guerras napoleónicas, la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, los viajeros del grand tour, la industrialización, la primera proyección de los hermanos Lumière, la expansión del ferrocarril, los Salones, las Exposiciones Universales, las renovaciones artísticas y las revueltas de la recién constituida clase obrera? Pues bien, en primer lugar, en mi cabeza esos dos ratones son evidentemente franceses. No sé si será por el queso, pero Francia tiene algo (o mucho) de ratona; además, no puedo sino imaginarme al pobre ratón rural extasiado ante un despliegue de Comté, de compota de higos, de marrons glacés, de macarons, de milhojas, de magdalenas o de petisús salidos del horno del mismísimo Carême, cocinero de los reyes. En segundo lugar, el siglo XIX se caracterizó por las grandes migraciones del campo a la ciudad. Es el siglo en el que París se convierte en la ciudad por excelencia, donde la burguesía es la clase dominante, que pasea por las grandes avenidas y los bulevares, se entretiene en los grandes almacenes, va a la Ópera de Garnier o a los espectáculos de cancán, toma el metro o se reúne en los café-concerts más populares. (También fue una época marcada por epidemias devastadoras, como la del cólera, y los roedores se cuentan entre los transmisores de esta enfermedad, aunque esto le da un tinte algo macabro a la narración).

Los burgueses decimonónicos y las escenas cotidianas de su vida moderna nos resultan extremadamente familiares gracias al legado de los innovadores artistas que ejercieron de observadores e intérpretes de una era: los románticos, los realistas, los pintores paisajistas y los impresionistas. Gracias a ellos, la vida cotidiana se convirtió en el tema pictórico por excelencia y se desecharon los ideales academicistas por motivos más dramáticos que, en ocasiones, fueron objeto de burlas y suscitaron una verdadera conmoción. Un ejemplo es este Almuerzo sobre la hierba de Manet, que se exhibió por primera vez en el «Salon des Refusés» (Salón de los rechazados) autorizado por el emperador Napoleón III en 1863.

 


Edouard Manet, Almuerzo sobre la hierba, 1863.
Óleo sobre lienzo, 208 x 264,5 cm.
Musée d’Orsay, París.


 

Aunque Manet se inspiró en obras clásicas, los personajes son indudablemente modernos y los bruscos contrastes entre las luces y las sombras, así como la falta de perspectiva y de profundidad, suponen una ruptura con los convencionalismos técnicos. El artista trata simplemente de reflejar lo que su ojo ve, con sus limitaciones, y nos presenta una escena bucólica de belleza, tranquilidad y recreo. La bulliciosa modernidad del siglo XIX también supuso un resurgimiento del tema horaciano del Beatus Ille, la descansada vida alejada del mundanal ruido que alabó fray Luis de León. En definitiva, la misma cuestión vital que expone el ratón de campo, que estimó su grama y su abrojo «mucho más de allí adelante».

Hasta el 1 de enero del próximo año podrás explorar el siglo XIX tal como lo reflejaron los pintores, fotógrafos y escultores de la vida moderna. Y para abrir boca, deléitate con las «escandalosas» visiones de los artistas impresionistas que se recogen en esta obra de Nathalia Brodskaya.

 

Tuesday, September 18, 2012

Ecce homo, ved aquí al hombre

Solo puedo decir que estoy francamente impresionada por la campaña publicitaria que ha lanzado el Getty para promocionar la muestra dedicada al recién restaurado retablo del maestro renacentista holandés Maerten van Heemskerck (1498-1574), «Drama and Devotion: Heemskerck’s “Ecce Homo” Altarpiece from Warsaw»... Contratar a una devota y bienintencionada octogenaria para «retocar» un eccehomomenor en una pequeña iglesia española con un resultado tan ridículamente jocoso que se convierta en el tema del momento y que ponga los Cristos y las restauraciones de arte de primerísima actualidad... No puedo más que rendirme a los pies de ese genial e increíblemente retorcido publicista en cuyas manos Internet es poco más que una redecilla de pelo. Supongo que no se podían permitir que tantos meses de trabajo quedaran en la sombra.

Bromas, memes y contenido viral aparte, los estudios realizados han sacado a la luz importantes datos sobre la técnica y el estilo del virtuoso Heemskerck. Entre otros descubrimientos, el equipo de restauradores ha podido comprobar que se habían producido notables variaciones en el color, que es uno de los elementos que dotaba de dramatismo a esta gran pieza. No obstante, pese a que los trabajos parecen haber sido impecables, el tema de la restauración de obras maestras del arte levanta polémica allá donde se deja oír. La intervención de los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina es, discutiblemente, el proyecto que más conflicto ha generado hasta el momento, ya que muchos expertos aseguran que las sombras y el trabajo de carbón de Miguel Ángel se perdieron con la restauración. Afortunadamente, la reparación del Ecce Homo de Heemskerck es un ejemplo destacado de las virtudes de la restauración de arte, como también lo es la obra más afamada y singular de otro de sus contemporáneos, El jardín de las delicias de El Bosco.


Hieronymus Bosch, El Bosco, El jardín de las delicias (detalle), c. 1500-1501
Óleo sobre tabla, 220 x 389 cm.
Museo Nacional del Prado, Madrid.


Las obras de Heemskerck, de El Bosco y de otros artistas inmortales de su generación, como Hans Memling, lograron sobrevivir a una época tumultuosa en la que la furia iconoclasta destruyó una gran cantidad de imágenes y objetos sagrados asociados a la fe católica. ¿Hasta qué punto es asumible el riesgo de que sufran riesgos irreparables durante un traslado de Polonia a Los Ángeles o en el transcurso de los trabajos de restauración? Y si la obra resultante deja de ser la obra maestra que un día fue, ¿qué interés podría tener para las futuras generaciones? ¿Quién pone el límite entre la conservación de los valores estéticos e históricos y la reconstitución basada en conjeturas?

Sea cual sea tu postura, tienes opciones: si eres un contumaz defensor de la buena y justificada restauración, no te pierdas la exposición en The J. Paul Getty Museum, que permanecerá abierta al público hasta el 13 de enero del próximo año; si, en cambio, prefieres seguir las tendencias globales, no dejes de pasarte por Borja, Zaragoza, antes de que intervengan los verdaderos profesionales. Y si no quieres moverte de casa, deléitate con las sublimes obras maestras de Memling de Albert Michiels y de El Bosco de M.L. Patrizi y Virginia Pitts Rembert en ebook o versión impresa.

Tuesday, September 11, 2012

Caillebotte, un impresionista con calidad fotográfica

Gustave Caillebotte falleció demasiado joven. Su vida transcurrió entre 1848 y 1894, en esa convulsa época de transformaciones, conflictos y replanteamientos que fue el siglo XIX. Estudió derecho, pero rechazó su formación como jurista para dedicarse a retratar la vida moderna francesa y a pintar sensaciones junto a los pioneros del arte impresionista. La herencia que recibió tras el fallecimiento de su padre le permitió convertirse en el gran mecenas de Degas, Manet, Renoir, Monet, Pissarro, Cézanne y Sisley, entre otros, cuyas obras legó al Estado francés. Como muchos de sus amigos impresionistas, abandonó la despiadada ciudad para retirarse al barrio de Petit Gennevilliers, a orillas del Sena, donde cultivó un bello jardín, se refugió en la naturaleza y practicó el remo con pasión.

De algún modo, su labor de mecenazgo ensombreció su propia carrera artística. Tal como afirma el personaje más pedante y estirado de la película Midnight in Paris, la declaración de amor de Woody Allen a la ciudad de la luz, es posible que Caillebotte sea el impresionista más subestimado de todos. Quizá la más conocida de sus obras sea Los acuchilladores de parqué, que formaba parte de la colección que el gobierno de Francia rehusó aceptar durante los tres largos años que duró la «affaire Caillebotte». Este cuadro también había sido rechazado por el jurado del Salón de 1875, ya que fue una de las primeras representaciones artísticas del proletariado, un tema a todas luces «vulgar».

 


Gustave Caillebotte, Los acuchilladores de parqué, 1875.
Óleo sobre lienzo, 102 x 146,5 cm.
Musée d’Orsay, París.


 

La alineación de las tablas del parqué y el torso desnudo de los trabajadores son reveladores de su formación académica junto a Léon Bonnat, pero la elección del tema es radical y sigue la línea de los maestros realistas Millet y Courbet. No obstante, las pinturas de Caillebotte no articulan un discurso social, moralizador ni político como los obreros del campo y los campesinos de los anteriores; más bien al contrario, recrean una atmósfera de serenidad, una especie de descanso vital en medio de la agitación. Por otro lado, Caillebotte seleccionaba perspectivas arriesgadas y extrañas y sus encuadres no delimitaban escenas completas. Para la Schirn de Fráncfort del Meno este uso audaz de las técnicas de representación de la profundidad convierte a Caillebotte en un pionero del uso de los medios fotográficos que se pusieron en práctica en los años veinte y así nos lo presenta en la exposición «Gustave Caillebotte. Ein Impressionist und die Fotografie» (Gustave Caillebotte. Un impresionista y la fotografía) que se inaugurará el próximo 18 de octubre y estará abierta hasta el 20 de enero del próximo año.

La muestra incluye cincuenta cuadros y dibujos de Caillebotte y los compara con las instantáneas de fotógrafos contemporáneos y de los genios que revolucionaron el mundo de la fotografía y desecharon los convencionalismos, como André Kertész, László Moholy-Nagy, Alexander Rodchenko y Wols. Esta es precisamente la faceta más rompedora de Caillebotte: su significativa relación con la formación de nuevas visiones. Sus obras no sólo son un registro de lo que vieron sus ojos, sino que enseñan al espectador a mirar con ellos.

Henri Cartier-Bresson, el padre del periodismo fotográfico moderno, afirmó que «sacamos fotos de cosas en constante proceso de desaparición, y una vez que han desaparecido, no hay forma humana de hacerlas volver». Y así es, las fotografías, como los cuadros, nos permiten acceder a realidades que ya no existen, a fragmentos de la realidad que nunca volverán, a las vidas de quienes veían y quienes fueron vistos. Quien tenga alma de burgués parisino decimonónico y espere que tres hombres descamisados vengan a acuchillarle el parqué, puede esperar sentado... o puede hacerse con un ejemplar de este libro de Nathalia Brodskaya para regodearse en la vida moderna del siglo XIX a través de los ojos de los grandes impresionistas.

 

Monday, September 10, 2012

Serov, el impresionista revolucionario

Últimamente hemos oído mucho el nombre de Serov, refiriéndose desde al ciclista olímpico a la pequeña ciudad rusa de la que desapareció un avión el mes pasado. También de Rusia, con el caso de las Pussy Riot y su presidente dedicándose a liderar una bandada de cigüeñas. Pero el Serov que nos interesa, ruso, como se puede deducir del nombre, vivió a caballo entre los siglos XIX y XX.

Valentín Serov (no confundir con Vladimir Aleksandrovich Serov, pintor de la Revolución rusa), conocido por ser el mejor retratista ruso de todos los tiempos, nació en una familia de artistas (sus padres eran compositores famosos) y gracias a sus contactos tuvo como profesores a Iliá Repin y a Pavel Chistiakov. Si bien tener a estos maestros como tutores le ayudó a desarrollarse de manera espectacular en poco tiempo, también coartaron su creatividad imponiéndole el estilo realista y sistemas pedagógicos muy estrictos.


Niña con melocotones, 1887.
Óleo sobre lienzo, 31 x 85 cm.
Galería Estatal Tretiakov, Moscú.


Como miembro de la clase acomodada, disfrutó del acceso y la cercanía de los grandes personajes de su época, a los que retrató con su estilo impresionista (aunque hay quien dice que hablar de impresionismo ruso es como decir que Leonardo Dantés es cantante). De todos modos, como buen alumno de Repin, cuando las cosas se pusieron feas no tuvo dudas de a quién apoyar y así, en 1905, abandonó la Academia Imperial de Bellas Artes como protesta por el Domingo sangriento.


Los soldados, los soldados, héroes. Todos y cada uno, 1905.
Témpera y carboncillo sobre cartón, 47,5 x 71,5 cm.
Galería Estatal Tretiakov, Moscú.


Como su maestro, no llegó a vivir en la URSS, ni siquiera a ver la Revolución, ya que murió en 1911, pero seguramente también hubiera acabado en un gulag en Siberia. Si quieres saber más sobre la vida y obra de este genial pintor, te puedes llevar a casa este completo estudio magníficamente ilustrado de Dmitri V. Sarabiano.

 

Tuesday, September 4, 2012

De los fiordos a Mallorca: un viaje por el mundo interior de los simbolistas europeos

Un cielo es un cielo. Nadie lo pone en duda. Ahora bien, ¿qué es un cielo teñido de rojos, violetas y anaranjados? Puede ser el firmamento de aquella tarde junto al mar que ponía fin a un inolvidable verano; el del alba, para el guarda que termina el turno de noche y vuelve a casa; el que proyecta una nueva erupción del Vesubio que traerá consigo el fin del mundo; las reminiscencias de un fuego lejano que consume esperanzas y vidas... ¿Y si es de color verde?, ¿y si lo moldeamos con los dedos?, ¿y si parece derretirse y fundirse con el mar?, ¿y si es pardusco y atemporal?, ¿y si está desenfocado?, ¿y si está surcado de espirales y remolinos, como el de Noche estrellada de Vincent van Gogh? Por mucho que un cielo no sea más que un cielo, puede inspirar en nosotros las más profundas emociones y hacernos reflexionar sobre temas universales como el ambiente opresivo de la ciudad, la muerte o el destino.


Vincent van Gogh, Noche estrellada, 1889.
Óleo sobre lienzo, 73,7 x 92,1 cm.
Museum of Modern Art, Nueva York.


Esto bien lo sabían los pintores europeos cuyas obras acoge una de las más recientes exposiciones de la National Gallery of Scotland. Se trata de pintores que califica de simbolistas, herederos de los preceptos del impresionismo, que sometieron la realidad a su voluntad. El poeta Mallarmé instó a los simbolistas a que no se limitaran a pintar lo que veían sino los efectos que aquellos objetos producían en ellos.

La corriente artística del simbolismo surgió a finales del siglo XIX, entre los años 1880 y 1910, en una época en la que los avances científicos ponían en tela de juicio la supremacía del hombre sobre el mundo natural y en la que el progreso tecnológico empezaba a crear un sentimiento de preocupación por las consecuencias del materialismo. En ese contexto, los simbolistas retomaron el idealismo romántico de William Blake, Caspar David Friedrich y J. M. W. Turner y lo aplicaron a las realidades tangibles y efímeras retratadas por los impresionistas. Su objetivo era expresar su individualismo, su mundo interior, y traducir realidades universales a un lenguaje de tristeza, amor, angustia, anhelo...; en otras palabras, pintaban «paisajes del alma» que hablaban del hombre, de la sociedad, del infinito.

La muestra incluye a algunos de los principales artistas vanguardistas, como van Gogh, Gauguin, Munch, y Mondrian, y a un considerable número de pintores no tan conocidos. En el fondo, el concepto de simbolismo resulta tan vago que es difícil determinar quiénes entran claramente en el saco y quiénes deberían quedarse fuera.

 

Sea como fuere, la exposición es un verdadero desfile de paisajes radicales y extremadamente evocativos, que permiten recorrer Europa a golpe de sentimientos. Estará abierta hasta el 14 de octubre, así que aún tienes algo de tiempo para estudiar la obra de van Gogh en casa y decidir si sus cielos son lo bastante sugerentes para ti.

Wednesday, August 15, 2012

¿Son los ángeles víctimas de la moda?

Cuando tenía 4 años, murió mi abuela. Mis padres, imagino que en su afán de no traumatizarnos a mis hermanos y a mí, nos dijeron que habían venido unos ángeles a llevársela. Eso habría dejado tranquilo a cualquier niño, ya que estos seres celestiales tienen fama de bondadosos y protectores del ser humano. Y de hecho funcionó con el resto de mi familia, pero yo no soy cualquier niño y me pasé los meses siguientes aterrorizada ante la idea de que un ángel pudiera venir y llevárseme a mí también, o peor aún, a mis padres y hermanos (esta idea me resultaba especialmente horrible en los días de tormenta). Si a esto añadimos que por aquel entonces iba a un colegio de monjas y mi clase estaba muy cerca de la capilla, podéis haceros la idea de que ese año no fue el mejor de mi vida.

Pero dejando fantasías infantiles a un lado, los ángeles han estado representados en el arte desde que el hombre es hombre (o, quizá mejor dicho, desde que dios es dios) y están presentes en las tres religiones del libro. Seguidores de las modas, heredaron sus alas la mitología griega y cambiaron sus vestimentas conforme a los gustos de cada época, desde el uniforme militar del principio (no olvidemos que son el ejército de dios) hasta las túnicas con que todos nosotros solemos imaginarlos.


Edward Burne-Jones, Un ángel tocando el fagot (detalle), c. 1878.
Témpera y pintura dorada sobre papel, 74,9 x 61,2 cm.
The National Museums and Galleries on Merseyside, Liverpool.



Carlo Saraceni, Santa Cecilia y el ángel, c.1610.
Óleo sobre lienzo, 172 x 139 cm.
Palazzo Barberini, Galleria Nazionale d’Arte Antica, Roma.


Estas criaturas divinas han traspasado a todas luces el campo de la religión y ahora las tenemos por todos lados: postales de San Valentín, imanes para la nevera, series anime, canciones, e incluso anuncios de desodorante o de queso crema, por no hablar de la adaptación que la subcultura gótica ha hecho de su imagen, mezclándola con la de sus compañeros caídos para crear un infierno realmente atractivo (si El Bosco levantara la cabeza).

The Israel Museum, Jerusalem hospeda actualmente una exposición sobre estos seres celestiales en la que podrás apreciar las diferentes estéticas según la época y la religión a la que se adscriben; se podrá visitar hasta el 3 de noviembre de este año. Pero si no tienes tiempo, también puedes llevarte a estos bondadosos —o terroríficos—seres a casa en forma de ebook.

Tuesday, August 14, 2012

American Pie

El Whitney Museum ha organizado una exposición titulada «... as apple pie» en la que la palabra que obviamente falta delante de los puntos suspensivos es «American». En ella reúnen obras de todos los artistas representativos (y representadores) del «American way of life», y si hay alguien que no podía faltar, ese es Jasper Johns (también conocido en ámbitos no artísticos como «el tipo que pinta banderas»).

Precursor del Pop Art, basa su arte en objetos cotidianos, por lo que, siendo estadounidense, no es de extrañar que su obra esté llena de referencias a esa cultura de la que, además, no podría ser mejor ejemplo: Nacido en un hogar roto, creció con diversos miembros de su familia en varios pueblos de la costa este para finalmente mudarse a Nueva York; allí se enroló en el ejército y cuando regresó a la Gran Manzana se involucró activamente en la vida artística de los 60. Ahora vive en Connecticut y tiene una propiedad en Saint Martin.


Jasper Johns, Flag (Bandera), 1954-1955.
Encáustica, óleo y sobre tela montado en contrachapado, tres paneles, 107,3 x 153,8 cm.
Museum of Modern Art, Nueva York.


La mayoría de sus obras reproducen emblemas nacionales, especialmente banderas y mapas, lo que podría hacer que nos planteáramos si es realmente un artista o un mero nacionalista pintor de iconos (cosa de lo que, seamos sinceros, todo europeo que se precie tacha a los americanos al menos una vez en su vida. Y no hablo de lo de «pintor de iconos», aunque también). Y es que en él se juntan dos de las grandes preguntas del siglo XX ¿Es el Pop Art realmente arte o sólo una panda de libertinos que, al amparo de la mayor libertad de los 60, aprovechó para hacer fortuna riéndose de todo el resto?


Jasper Johns, Map (Mapa), 1961.
Óleo sobre lienzo, 198,2 x 314,7 cm.
Museum of Modern Art, Nueva York.


La otra, si los americanos son nacionalistas o patriotas quedará en el aire durante mucho tiempo, pero igual puedes aclarar un poco tus ideas en la exposición del Whitney Museum, de duración indefinida, o te puedes llevar a casa parte de la esencia americana con este magnífico libro.

Friday, July 27, 2012

Munch, ese que pintó El grito

Crees que sabes todo lo que hay que saber sobre Edvard Munch, ¿verdad? A tu juicio, era un solitario de alma atormentada, que pintaba escenas de trauma y desamparo y que se dejaba llevar por la angustia y la melancolía... ¿van por ahí los tiros? Pues la nueva exposición de la Tate Modern pone tu erudición sobre el noruego en entredicho y te invita a explorar las facetas más desconocidas de su personalidad a través del análisis de los temas que abordó en sus obras. Los de la Tate quieren que conozcamos más a un artista que era mucho más que «el tipo ese que pintó El grito» y nos enseñan, entre otras cosas, que su trabajo estuvo fuertemente influenciado por la deficiencia visual degenerativa que padecía y por su creciente interés por la fotografía.



Para la comunidad artística, la posibilidad de descubrir al hombre que se esconde tras el pintor y de conocer sus verdaderas motivaciones y las fuentes de inspiración de todas sus obras o de todos los periodos artísticos de su carrera constituye un sueño hecho realidad. Sin embargo, de algún modo, al completar el puzzle se pierde el halo de misterio que lo envuelve y se desvanece el carácter único y desgarrador de sus cuadros. Parece que conocer los detalles banales de la vida del artista requiere el sacrificio de su carácter legendario y del atractivo que emana el Munch torturado y ajeno al amor, ese que pintó sus obras maestras en un frenesí de contradicciones actuando como catarsis de sus traumas de juventud.





Edvard Munch, El grito, 1893.
Témpera y cera sobre cartón, 91 x 73,5 cm.
Nasjonalmuseet, Oslo.


La nueva mirada que los expertos han arrojado sobre Munch revela que conocía muy bien las técnicas y los efectos visuales que empleaba y que su principal motivación para retomar sus temas preferidos una y otra vez no era otra que su viabilidad comercial. Si es así, el tipo ese sabía jugar sus cartas... Tal vez, la Tate debería tomar ejemplo y ofrecernos a ti y a mí lo que queremos, es decir, al Munch abatido y desesperado que creemos conocer. Según tengo entendido, El grito no se vendió nada mal...



Tienes la oportunidad de visitar la exposición Edvard Munch: The Modern Eye en la Tate Modern hasta el 14 de octubre de 2012 y ver cómo se te cae un mito o llevarte a casa este eBook y disfrutar de la aflicción de Munch en su apogeo.

Friday, July 13, 2012

La mirada de Hopper

Si hablo de Edward Hopper, es muy probable que el primer cuadro que te venga a la cabeza sea Nighthawks (Noctámbulos), esos tres clientes sentados en la barra de un diner atendidos por un camarero de blanco inmaculado y vistos desde una calle completamente desierta que ha dado lugar a incontables imitaciones y evocaciones. Pues bien, precisamente ese cuadro no podrás verlo en la exposición temporal organizada por el Museo Thyssen-Bornemisza y la Réunion des musées nationaux de Francia, pero quizá con más razón deberías acercarte a disfrutar de las otras 73 obras del artista que sí han logrado reunir en «Hopper», a secas. Y es que no hace falta decir más.

Se le considera el mejor pintor estadounidense del siglo XX y vivió en aquella época terrible en la que el país de la libertad despertó abruptamente del mascado «Sueño Americano». Meticuloso hasta la médula y algo misántropo, Hopper tuvo unos comienzos difíciles, en los que sufrió el mayor desdén y escarnio por parte de la crítica y el público: la pura ignorancia. Es un representante del realismo social, pero tal como defienden los organizadores de la exposición, clava sus raíces en el impresionismo europeo. Esto se hace patente en el papel preponderante de la luz, que no solo domina las composiciones, sino que también está presente en los títulos de sus obras: Mañana en Carolina del Sur (1955), Mañana en una ciudad (1944), Sol de mañana (1952), Conferencia por la noche (1949), etc.

Además, Hopper fue un gran historiador que retrató fielmente la soledad y el aislamiento del hombre en el mundo urbanizado. Sus paisajes son espacios ásperos, hostiles y desolados y sus escenas de interior representan situaciones típicas y vulgares, algo simplificadas. No obstante, esta sencillez es solo aparente, pues sus cuadros están impregnados de narratividad implícita, esto es, cuentan historias familiares sobre la vida en la ciudad, la soledad, la melancolía y la complejidad de las relaciones interpersonales.


Edward Hopper, Eleven a. m. (Once a. m.), 1926.
Óleo sobre lienzo, 71,3 x 91,6 cm.
Smithsonian Institution, Hirshhorn
Museum and Sculpture Garden,
Washington, D.C.


Hopper nos convierte en voyeurs que disfrutan contemplando la melancolía, la banalidad y la inmensa soledad reinantes en las intimidades de otros. El realismo es lo que tiene, interpreta la vida tal como es, sin tapujos y sin medias tintas, y nos la estampa en la cara. Sus figuras transitan por un mundo que no pinta nada bien. Son retratos estáticos de personas en movimiento. Y nosotros podemos inventar sus historias, conmovernos con sus vidas truncadas, leer la tristeza en sus semblantes y, quizá, reconocernos en ella a nosotros mismos.


Edward Hopper, Verano en la ciudad, 1949.
Óleo sobre lienzo, 50,8 x 76,2 cm.
Berry-Hill Galleries, Inc., Nueva York.


Nada nos prohíbe estar tristes de cuando en cuando. A veces, es el único remedio sensato, pues de todos es sabido que la alegría en estómago vacío no cae nada bien. Así pues, si adoleces de esa melancolía que llena los espacios entre un gozo y otro o si quieres sentirte solo entre la multitud, no te pierdas la exposición «Hopper» abierta hasta el 16 de septiembre de 2012. Si no te es posible, no te inquietes; siéntate, reposa los codos sobre el regazo, e imprégnate de realidad con Hopper allí donde estés.