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Tuesday, March 12, 2013

Señoritas de pro

«Tienes ya edad, Jo, de dejar trucos de muchachos y conducirte mejor». Esto le decía la mayor de las hermanas March a Josephine, caracterizada por su aire masculino y su fuerte carácter. Mujercitas, el clásico de Louisa May Alcott que narra la evolución personal de cuatro jóvenes en los años de la Guerra de Secesión estadounidense, fue sin duda una revolución en la literatura estadounidense del siglo XIX y una de las lecturas favoritas de muchas niñas –y no tantos niños– de todo el mundo, incluidas la que escribe y Rachel, de Friends.

Ahora bien, ¿en qué sentido fue transgresora esta novela para niñas —por desafortunada y «decimonónica» que resulte esta clasificación—? Pese a que en el siglo XIX se desechara la idea de que la infancia era una etapa maleable e insignificante de la vida imperante en el siglo anterior, ésta fue sustituida por una concepción virginal de las niñas a comienzos del nuevo siglo. Las niñas no debían ser otra cosa que inocentes angelitos, preocupadas por la moda, la higiene y los quehaceres domésticos. «Niñas antiguas» vestidas de blanco, con pololos y puntillas, enaguas y fajas de raso en tonos pastel, como la pequeña Fanny Travis Cochran retratada magistralmente por Cecilia Beaux.

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Cecilia Beaux, Fanny Travis Cochran, 1887.
Óleo sobre lienzo, 91,4 x 74,1 cm.
Donación de Fanny Travis Cochran
Pennsylvania Academy of Fine Arts 1955.12, Filadelfia, Pensilvania.


En contraste con esta imagen, Jo March encarna las transformaciones que se operaron en la percepción de la niñez a lo largo del siglo: una niña podía ser algo más que una futura señorita; podía ser creativa, independiente y decidida, anhelar la libertad de los chicos y tener ambición.

Esto bien lo saben los organizadores de la exposición itinerante «Angels and Tomboys – Girlhood in Nineteenth-Centurty American Art», que explora el papel de las niñas y adolescentes en la pintura, la escultura, los grabados, la fotografía y la literatura estadounidenses en el siglo XIX. Pone de manifiesto que, además de niñas angelicales sumisas e insustanciales, también existían niñas desgarbadas que se comportaban como chicos, niñas que habrían preferido combatir en una guerra que destruyó hogares en lugar de quedarse en casa haciendo calceta, niñas obligadas a trabajar y adolescentes que debían hacerse mujeres muy a su pesar.

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Abbott Handerson Thayer, Ángel, 1887.
Óleo sobre lienzo; 92 x 71,5 cm.
1929.6.112.
Donación de John Gellatly.
Smithsonian American Art Museum, Washington D. C.


Abbott Handerson Thayer pintó una alegoría de su hija como un ángel custodio que brindara salud a su mujer, hospitalizada por «histeria». No obstante, el rostro del ángel, como el de Fanny Travis Cochran, tiene un aire reflexivo y de introspección que parece expresar su inconformidad ante la extendida práctica de internar a cualquier mujer insatisfecha.

Ésta y otras criaturas angelicales estarán expuestas en el Memphis Brooks Museum of Art hasta el 12 de mayo de este año. No obstante, si te faltan las alas para viajar hasta allí, puedes consolarte con algunas de las más bellas representaciones de sus portadores divinos recogidas en Ángeles de Klaus Carl.

Friday, October 5, 2012

Rubens también se habría dejado seducir por el Photoshop

Aquí y ahora, me propongo romper una lanza a favor de la belleza alterada, esa que busca la perfección que resulta agradable a la vista. ¿Y a qué se debe mi repentino interés por esta falsedad y por qué la reivindico? En primer lugar, se me ha dado la oportunidad de hablar de Pedro Pablo Rubens, archiconocido por sus representaciones de mujeres rotundas y lozanas. En segundo lugar, porque a diario la prensa internacional recoge notas polémicas relacionadas con el Photoshop, esa herramienta que convierte a los diseñadores gráficos en dioses modeladores de la imagen.

Veamos algunas de las más recientes. En respuesta a la petición impulsada por una joven de Maine que obtuvo más de 84.000 firmas, la editora de la revista para adolescentes estadounidenses Seventeen se comprometió a no retocar las fotografías que publique, así como a mostrar a modelos reales y saludables. Por lo general, estos programas de edición de imágenes se utilizan profusamente para alterar el color y el tono de piel, borrar arrugas y adelgazar las formas. No obstante, esta semana la aplicación también ha salido a la palestra por «engordar» a la que muchos consideran la heredera de Elle McPherson, la modelo Karlie Kloss. Tras la controversia que se generó en torno a esta joven y delgadísima modelo en diciembre del año pasado, cuando Vogue Italia se vio obligada a retirar una de sus fotografías que estaba siendo utilizada por numerosos sitios pro anorexia, la edición japonesa de la revista Numéro optó por disimular las marcadas costillas de la supermodelo. Pues bien, aunque pueda parecer contradictorio, este nuevo uso del software tampoco se ha librado de las críticas (y no sólo por parte del indignado fotógrafo responsable, Greg Kadel).

Y es que estamos ya tan acostumbrados a los retoques en la industria de la moda y las revistas (también en otros medios con objetivos distintos, pero eso es harina de otro costal), que hemos dejado de esperar que las fotos sean un fiel reflejo de la realidad. Muchos lectores asumimos que la mayoría de las imágenes se manipula de alguna forma, y no sólo en lo que respecta a las imperfecciones humanas, sino que los cielos se hacen más brillantes, se eliminan los objetos que resultan inadecuados para la composición y se realzan los colores para que parezcan más «auténticos». En el fondo, lo que se intenta es adaptar el mundo a esos ideales que no existen sino en nuestros pensamientos y que dependen de épocas y subjetividades.

 


Pedro Pablo Rubens, Júpiter y Calisto, 1613.
Óleo sobre tabla, 126,5 x 187 cm.
Gemäldegalerie Alte Meister, Kassel.


 

No voy a decir que estoy de acuerdo con la exaltación de las costillas salientes, los vientres y las mejillas hundidos y los glúteos inexistentes, porque evidentemente no es así. Sin embargo, quien afirme que la belleza se debe representar exacta y crudamente como es en realidad y tome a grandes maestros como Rubens como ejemplo, evidentemente no se ha detenido a mirar lo artificialmente perlada que es la piel de sus figuras ni cómo estas se recortan sobre fondos oscuros y reciben calculados haces de luz que las hacen resplandecer.

Si he conseguido sacudir tu interés por las graciosas mujeres de Rubens, tienes aún unos días para planear tu visita a la exposición que acogerá el Von Der Heydt-Museum de Wuppertal desde el 16 de octubre hasta el 28 de febrero del próximo año. Y si no puedes esperar tanto y quieres empezar a debatir sobre si el flamenco pintaba a las mujeres de su entorno tal como eran o según le resultaban más complacientes, llévate a casa este ebook de Victoria Charles.

 

Tuesday, September 25, 2012

Almuerzo sobre la hierba y ratones en la despensa

Con el afán de presentar sus colecciones al público de una forma diferente, el Nationalmuseum ha organizado una exposición sobre la Francia del siglo XIX y la vida moderna que surgió en ese convulso siglo, concretamente en el período comprendido entre la Revolución Francesa y el estallido de la primera guerra mundial.

Por algún motivo, lo primero que se me viene a la mente a la hora de hablar sobre este tema es la conocidísima fábula del ratón de campo y el ratón de ciudad. De forma resumida, con plena consciencia de que existen infinitas y sutiles variaciones, cuenta la historia de un ratón de ciudad que invita a un ratón de campo a participar de las exquisitas golosinas de su despensa urbanita, pero su festín es trágicamente interrumpido y el ratón de campo pone pies en polvorosa hacia su adorada campiña convencido de que ningún manjar es lo suficientemente delicado como para exponerse a los peligros de la ciudad.

¿Y qué relación puede guardar una fábula de la Antigüedad clásica con Francia y con la época de las guerras napoleónicas, la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, los viajeros del grand tour, la industrialización, la primera proyección de los hermanos Lumière, la expansión del ferrocarril, los Salones, las Exposiciones Universales, las renovaciones artísticas y las revueltas de la recién constituida clase obrera? Pues bien, en primer lugar, en mi cabeza esos dos ratones son evidentemente franceses. No sé si será por el queso, pero Francia tiene algo (o mucho) de ratona; además, no puedo sino imaginarme al pobre ratón rural extasiado ante un despliegue de Comté, de compota de higos, de marrons glacés, de macarons, de milhojas, de magdalenas o de petisús salidos del horno del mismísimo Carême, cocinero de los reyes. En segundo lugar, el siglo XIX se caracterizó por las grandes migraciones del campo a la ciudad. Es el siglo en el que París se convierte en la ciudad por excelencia, donde la burguesía es la clase dominante, que pasea por las grandes avenidas y los bulevares, se entretiene en los grandes almacenes, va a la Ópera de Garnier o a los espectáculos de cancán, toma el metro o se reúne en los café-concerts más populares. (También fue una época marcada por epidemias devastadoras, como la del cólera, y los roedores se cuentan entre los transmisores de esta enfermedad, aunque esto le da un tinte algo macabro a la narración).

Los burgueses decimonónicos y las escenas cotidianas de su vida moderna nos resultan extremadamente familiares gracias al legado de los innovadores artistas que ejercieron de observadores e intérpretes de una era: los románticos, los realistas, los pintores paisajistas y los impresionistas. Gracias a ellos, la vida cotidiana se convirtió en el tema pictórico por excelencia y se desecharon los ideales academicistas por motivos más dramáticos que, en ocasiones, fueron objeto de burlas y suscitaron una verdadera conmoción. Un ejemplo es este Almuerzo sobre la hierba de Manet, que se exhibió por primera vez en el «Salon des Refusés» (Salón de los rechazados) autorizado por el emperador Napoleón III en 1863.

 


Edouard Manet, Almuerzo sobre la hierba, 1863.
Óleo sobre lienzo, 208 x 264,5 cm.
Musée d’Orsay, París.


 

Aunque Manet se inspiró en obras clásicas, los personajes son indudablemente modernos y los bruscos contrastes entre las luces y las sombras, así como la falta de perspectiva y de profundidad, suponen una ruptura con los convencionalismos técnicos. El artista trata simplemente de reflejar lo que su ojo ve, con sus limitaciones, y nos presenta una escena bucólica de belleza, tranquilidad y recreo. La bulliciosa modernidad del siglo XIX también supuso un resurgimiento del tema horaciano del Beatus Ille, la descansada vida alejada del mundanal ruido que alabó fray Luis de León. En definitiva, la misma cuestión vital que expone el ratón de campo, que estimó su grama y su abrojo «mucho más de allí adelante».

Hasta el 1 de enero del próximo año podrás explorar el siglo XIX tal como lo reflejaron los pintores, fotógrafos y escultores de la vida moderna. Y para abrir boca, deléitate con las «escandalosas» visiones de los artistas impresionistas que se recogen en esta obra de Nathalia Brodskaya.

 

Wednesday, August 15, 2012

¿Son los ángeles víctimas de la moda?

Cuando tenía 4 años, murió mi abuela. Mis padres, imagino que en su afán de no traumatizarnos a mis hermanos y a mí, nos dijeron que habían venido unos ángeles a llevársela. Eso habría dejado tranquilo a cualquier niño, ya que estos seres celestiales tienen fama de bondadosos y protectores del ser humano. Y de hecho funcionó con el resto de mi familia, pero yo no soy cualquier niño y me pasé los meses siguientes aterrorizada ante la idea de que un ángel pudiera venir y llevárseme a mí también, o peor aún, a mis padres y hermanos (esta idea me resultaba especialmente horrible en los días de tormenta). Si a esto añadimos que por aquel entonces iba a un colegio de monjas y mi clase estaba muy cerca de la capilla, podéis haceros la idea de que ese año no fue el mejor de mi vida.

Pero dejando fantasías infantiles a un lado, los ángeles han estado representados en el arte desde que el hombre es hombre (o, quizá mejor dicho, desde que dios es dios) y están presentes en las tres religiones del libro. Seguidores de las modas, heredaron sus alas la mitología griega y cambiaron sus vestimentas conforme a los gustos de cada época, desde el uniforme militar del principio (no olvidemos que son el ejército de dios) hasta las túnicas con que todos nosotros solemos imaginarlos.


Edward Burne-Jones, Un ángel tocando el fagot (detalle), c. 1878.
Témpera y pintura dorada sobre papel, 74,9 x 61,2 cm.
The National Museums and Galleries on Merseyside, Liverpool.



Carlo Saraceni, Santa Cecilia y el ángel, c.1610.
Óleo sobre lienzo, 172 x 139 cm.
Palazzo Barberini, Galleria Nazionale d’Arte Antica, Roma.


Estas criaturas divinas han traspasado a todas luces el campo de la religión y ahora las tenemos por todos lados: postales de San Valentín, imanes para la nevera, series anime, canciones, e incluso anuncios de desodorante o de queso crema, por no hablar de la adaptación que la subcultura gótica ha hecho de su imagen, mezclándola con la de sus compañeros caídos para crear un infierno realmente atractivo (si El Bosco levantara la cabeza).

The Israel Museum, Jerusalem hospeda actualmente una exposición sobre estos seres celestiales en la que podrás apreciar las diferentes estéticas según la época y la religión a la que se adscriben; se podrá visitar hasta el 3 de noviembre de este año. Pero si no tienes tiempo, también puedes llevarte a estos bondadosos —o terroríficos—seres a casa en forma de ebook.

Friday, July 13, 2012

La mirada de Hopper

Si hablo de Edward Hopper, es muy probable que el primer cuadro que te venga a la cabeza sea Nighthawks (Noctámbulos), esos tres clientes sentados en la barra de un diner atendidos por un camarero de blanco inmaculado y vistos desde una calle completamente desierta que ha dado lugar a incontables imitaciones y evocaciones. Pues bien, precisamente ese cuadro no podrás verlo en la exposición temporal organizada por el Museo Thyssen-Bornemisza y la Réunion des musées nationaux de Francia, pero quizá con más razón deberías acercarte a disfrutar de las otras 73 obras del artista que sí han logrado reunir en «Hopper», a secas. Y es que no hace falta decir más.

Se le considera el mejor pintor estadounidense del siglo XX y vivió en aquella época terrible en la que el país de la libertad despertó abruptamente del mascado «Sueño Americano». Meticuloso hasta la médula y algo misántropo, Hopper tuvo unos comienzos difíciles, en los que sufrió el mayor desdén y escarnio por parte de la crítica y el público: la pura ignorancia. Es un representante del realismo social, pero tal como defienden los organizadores de la exposición, clava sus raíces en el impresionismo europeo. Esto se hace patente en el papel preponderante de la luz, que no solo domina las composiciones, sino que también está presente en los títulos de sus obras: Mañana en Carolina del Sur (1955), Mañana en una ciudad (1944), Sol de mañana (1952), Conferencia por la noche (1949), etc.

Además, Hopper fue un gran historiador que retrató fielmente la soledad y el aislamiento del hombre en el mundo urbanizado. Sus paisajes son espacios ásperos, hostiles y desolados y sus escenas de interior representan situaciones típicas y vulgares, algo simplificadas. No obstante, esta sencillez es solo aparente, pues sus cuadros están impregnados de narratividad implícita, esto es, cuentan historias familiares sobre la vida en la ciudad, la soledad, la melancolía y la complejidad de las relaciones interpersonales.


Edward Hopper, Eleven a. m. (Once a. m.), 1926.
Óleo sobre lienzo, 71,3 x 91,6 cm.
Smithsonian Institution, Hirshhorn
Museum and Sculpture Garden,
Washington, D.C.


Hopper nos convierte en voyeurs que disfrutan contemplando la melancolía, la banalidad y la inmensa soledad reinantes en las intimidades de otros. El realismo es lo que tiene, interpreta la vida tal como es, sin tapujos y sin medias tintas, y nos la estampa en la cara. Sus figuras transitan por un mundo que no pinta nada bien. Son retratos estáticos de personas en movimiento. Y nosotros podemos inventar sus historias, conmovernos con sus vidas truncadas, leer la tristeza en sus semblantes y, quizá, reconocernos en ella a nosotros mismos.


Edward Hopper, Verano en la ciudad, 1949.
Óleo sobre lienzo, 50,8 x 76,2 cm.
Berry-Hill Galleries, Inc., Nueva York.


Nada nos prohíbe estar tristes de cuando en cuando. A veces, es el único remedio sensato, pues de todos es sabido que la alegría en estómago vacío no cae nada bien. Así pues, si adoleces de esa melancolía que llena los espacios entre un gozo y otro o si quieres sentirte solo entre la multitud, no te pierdas la exposición «Hopper» abierta hasta el 16 de septiembre de 2012. Si no te es posible, no te inquietes; siéntate, reposa los codos sobre el regazo, e imprégnate de realidad con Hopper allí donde estés.

Hopper: drudgery and dysthymia

Edward Hopper is being celebrated with an exhibition dedicated to his life and works in the Museo Thyssen-Bornemisza in Madrid, amassing an impressive 73 out of his 366 canvases. He would have hated this. Bitter as he was about the late recognition of his art, he avoided his own exhibitions, using them as a platform to get his paintings sold, in order to carry on living his simple and reclusive lifestyle.

Hopper has to be the least fitting name for an artist as misanthropic as he. He was an introvert with a wry sense of humour, who would fall into great periods of melancholy, pierced on occasion by flashes of brilliant inspiration. But great art comes from great depression. Take the obvious example, Van Gogh, whose struggle with manic depression led him to paint some of the most celebrated art in history. Other, lesser known depressives included William Blake, Gauguin, Pollock, Miró, and even Michelangelo. I’m not saying you have to be depressed to be an artist, but it helps. The irony is that Hopper was one of the few artists whose careers actually flourished during the Great Depression.


Edward Hopper, Eleven A.M., 1926.
Oil on canvas, 71.3 x 91.6 cm.
Smithsonian Institution, Hirshhorn
Museum and Sculpture Garden,
Washington, D.C.


It takes a pessimist to be able view life through a realist lens. Hopper’s work strikes a chord with people not because it gives them a cheery nod to the future, but because it reflects the banality, solitude, loneliness and boredom of moments in our own lives, and says to us: “Hey, you know what? It’s ok if you want to sit in your knickers and stare out of the window all day − people did it in the 1920s too!” For many of us, it reflects the poignancy of relationships, and the bitterness of a break-up. If there is a couple, the intimacy has gone, and each is resigned to the fate of either an imminent split or a life of regrets, each wallowing in their own well of ‘what ifs’.


Edward Hopper, Summer in the City, 1949.
Oil on canvas, 50.8 x 76.2 cm.
Berry-Hill Galleries, Inc., New York.


Think you can create world-class art with a canvas, some paints, and optimism alone? Then think again, preferably in your underwear, staring into space.

You can still see Hopper’s works at the Hopper exhibition, at the Museo Thyssen-Bornemisza, until 16 September 2012. Get to know the artist, and what made him tick, with this detailed art book about Hopper’s life and times.

Thursday, June 28, 2012

La Madonna Sixtina y la amplitud tangencial

De forma muy simplificada, Internet funciona así: la información se divide en paquetes de datos que se transmiten a otro destino en el que vuelven a recomponerse. Una idea aparentemente sencilla que ha revolucionado por completo el funcionamiento del mundo, así como nuestra forma de procesar la información. La fragmentamos para no perdernos el siguiente trending topic, para compartirla, para masificarla, para simultanearla... En definitiva, dejamos el conocimiento profundo y la investigación para los doctorandos y nos conformamos con verdades mascadas, breves y siempre accesibles.

No obstante, la fragmentación no es un fenómeno exclusivo de la era de Internet. Por ejemplo, este año se cumplen cinco siglos de la creación de La Madonna Sixtina, uno de los óleos más famosos del Renacimiento italiano, por parte del genial Rafael. Sin duda alguna, esta obra, que en el siglo XIX era más popular que la Mona Lisa de da Vinci, destaca por su belleza y su dulzura; pero también resulta extremadamente enigmática. Las miradas de la Virgen y el Niño reflejan consternación y una especie de temor reverencial, san Sixto, arrodillado a los pies de María, apunta con su dedo al espectador, por el que parece interceder, y rostros de ángeles fantasmagóricos dominan el fondo de forma velada. Y en la parte inferior del cuadro, dos encantadores y rechonchos querubines se encaraman a la base para no perder detalle de la escena que se representa.


Rafael, La Madonna Sixtina, 1513-1514.
Óleo sobre lienzo, 265 × 196cm.
Gemäldegalerie Alte Meister, Dresde.


Y precisamente a ellos me refería con lo de la fragmentación de información, pues la popularidad de estos dos angelotes ha superado con creces a la del propio Rafael y de su magistral Madonna. Aislados de la composición, se han copiado hasta la saciedad y se han convertido en el motivo por excelencia para aficionados al punto de cruz y a la serigrafía. No digo que no sean exquisitos, pero su carrera en solitario los ha convertido en acicates de la cursilería.

Hasta el próximo 26 de agosto, tienes la oportunidad de maravillarte ante la belleza de esta obra, de conocer a fondo el contexto histórico en el que fue concebida, de descubrir cuál ha sido su trayectoria en estos últimos 500 años, de dejarte atrapar por la virginal belleza de la madre de Cristo, de asombrarte con el gran parecido que la Virgen guarda con la Donna Velata, de fascinarte con los muchos misterios que rodean a la homenajeada y, por supuesto, de apreciar los fragmentos como un todo en la exposición conmemorativa The Sistine Madonna: Raphael’s iconic painting turns 500 de la Gemäldegalerie Alte Meister de Dresde.

 

Y si aún quieres saber más sobre la obra de este genio del Renacimiento, te invito a deleitarte con las bellas reproducciones de Raphael, disponible tanto en edición impresa como en formato digital.

Thursday, June 21, 2012

El chamanismo y la Teoría del caos

De acuerdo con la Teoría del caos existen tres tipos de sistemas: Estables, inestables y caóticos. La vida, obviamente, pertenece a la tercera categoría si atendemos a la afirmación de Edward Lorenz: «cualquier sistema no periódico es impredecible». Es en esto en lo que se basan todas las religiones a la hora de atraer a sus fieles, prometen un mundo ordenado y explicado, y es mucho más evidente en las religiones primitivas como el chamanismo.

El chamán es la persona encargada de lidiar con los espíritus y la naturaleza, lo caótico y sobrenatural, y ofrecer una explicación «lógica» que tranquilice al hombre. Gracias a este trato con el más allá es capaz de curar enfermedades, controlar la naturaleza y la meteorología. Para esto, utilizan todo tipo de rituales en los que se sirven de utensilios, máscaras y drogas, materiales que se pueden observar en la magnífica exposición sobre el chamanismo en África del musée du quai Branly, que ofrece además una completa explicación antropológica y obras de artistas actuales relacionadas con el tema.



Lo cierto es que, por mucho que nos sorprendan estos ritos, siguen estando presentes en la sociedad actual, y no hablo sólo de los famosos rituales de vudú tan utilizados en las películas americanas o en las guías de viajes a países africanos y latinoamericanos, sino de prácticas presentes en el supuesto «primer mundo». Los curanderos, mediums y adivinos, así como la homeopatía, las pulseras power balance o el movimiento antivacunación demuestran que, por mucho que la ciencia avance, seguimos necesitando de estos chamanes para que nos den una explicación del caos que nos rodea. Porque el efecto mariposa está muy bien, pero no nos deja tranquilos.

Deja a un lado tu visión occidental del mundo y disfruta del chamanismo en la exposición «Les Maîtres du désordre» del musée du quai Branly que finaliza el próximo 29 de julio o sumérgete en el arte pre-colonial africano con este libro magníficamente ilustrado.

Tuesday, June 19, 2012

¿Quién lo «desconstantinopolizó»?

¿Quién no ha recitado alguna vez aquello de: «El rey de Constantinopla está constantinopolizado. ¿Quién lo desconstantinopolizará? El desconstantinopolizador que lo desconstantinopolizare, buen desconstantinopolizador será»? Aparte de un buen recurso para los trabalenguas, Constantinopla, actual Estambul turca y antigua Bizancio griega, fue la flamante capital del Imperio bizantino, superviviente de la caída del Imperio romano de Occidente.

En el siglo VII, este imperio, que se llamó «griego» en referencia a la predominancia de esta lengua y se convirtió en un verdadero bastión del cristianismo, se extendía desde Siria hasta Egipto y por algunas regiones del norte de África. No obstante, en apenas unos siglos, las provincias del sur de Asia que eran centrales para la tradición bizantina sucumbieron ante la imparable expansión del mundo islámico. La época de mayor esplendor de este imperio había llegado a su fin.

Antes de que las dinastías árabes se hicieran con el control de estos territorios, ya se había inaugurado la basílica justiniana de Santa Sofía (en el año 537), el máximo exponente del arte bizantino. Concebido como templo cristiano, este «cielo en la tierra» se utilizó como mezquita tras la caída de Constantinopla hasta que, en 1935, se habilitó como museo.


Cristo Pantocrátor (detalle), 1280.
Mosaico de la déesis.
Santa Sofía, Estambul.


Volviendo al tema lingüístico, la palabra «bizantina» también se emplea en español para referirse a las discusiones artificiosas o demasiado sutiles. Puede que, en efecto, consideres que el arte bizantino es una cuestión intrascendente en estos tiempos, pero la innovación no se puede escindir de la historia. Gaudí, por ejemplo, afirmaba que continuó sus investigaciones arquitectónicas donde las dejaron los bizantinos, y también se pueden ver influencias de este arte en sus mosaicos. Otro artista que se ha dejado seducir por la espiritualidad del arte bizantino es el neoyorquino Manny Vega, que utiliza las técnicas bizantinas para crear mosaicos de santos, héroes, bailarines y músicos que se mueven a ritmo de hip hop.

El MET de Nueva York comparte la fascinación por el arte bizantino y, por ello, ha organizado la exposición Byzantium and Islam: Age of Transition, que permanecerá abierta hasta el 18 de julio de 2012. Si no puedes dejarte maravillar por los coloridos cuadros, las sofisticadas obras textiles, los mosaicos, los códices, los iconos, las representaciones del pantocrátor y el resto de obras expuestas, te recomendamos los libros Byzantine art o Central Asian Art (este último también disponible en formato electrónico).

Wednesday, June 13, 2012

Los libros de horas en la Edad Media

Si pensamos en iconos medievales nos viene a la cabeza El Cid Campeador, representando la Reconquista y las guerras de religiones, de las que nos quedan castillos como el de Loarre (Huesca), el de Lorca (Granada), o el de Montjuïc (Barcelona). Por otro lado tenemos las peregrinaciones religiosas y los magníficos edificios góticos y románicos, como las catedrales de Santiago de Compostela, León, Burgos o Salamanca.

De esto se deduce que la parte integradora de la vida y el arte medieval era la religión, elemento tan importante que no fueron pocos los nobles que quisieron incorporar elementos monásticos a su vida cotidiana. Para ello nacieron los libros de horas, un compendio de salmos, oraciones y abundantes iluminaciones referentes a la vida cristiana que permitían al devoto llevar al día (o más bien a la hora) sus rezos y de manera personalizada, ya que era compuesto especificamente para él. Una suerte de aplicación para teléfono móvil individualizada (sobre todo si tenemos en cuenta el pequeño tamaño de los libros, que facilitaba su transporte).


Hermanos Limbourg, El mes de mayo en el calendario de Las muy ricas horas del Duque de Berry, c. 1412-1416. 22,5 x 13,6 cm. Musée Condé, Chantilly.


Pero ¿eran realmente tan religiosos como aparentaban? El libro de horas encargado por el Duque de Berry, uno de los más hermosos de los que nos han llegado, se encuentra en un estado de conservación prácticamente perfecto, lo que hace pensar en un uso poco frecuente. Tanto Jean de Berry como los iluminadores del libro, los hermanos Limbourg (los tres menores de 30 años), murieron por causas desconocidas en 1416. ¿Casualidad o castigo divino?

Aún te quedan dos semanas para admirar Las muy ricas horas del Duque de Berry en el Louvre, pero si no te va bien acercarte siempre puedes recrear la época medieval con este fantástico surtido de libros sobre el arte de la Edad Media.

Monday, June 4, 2012

El Cielo, el Infierno y la Buena Muerte

Durante la Edad Media, el poder de la Iglesia Cristiana era incuestionable, así como su influencia sobre las ideas y el orden moral de la población en general. La religión era una temática predominante en el arte medieval y, con demasiada frecuencia, la figura del Jesucristo glorioso en su trono constituía el elemento central de las composiciones. A Él le correspondía la facultad de juzgar a justos y a pecadores y de imponer condenas eternas. De esta forma, el arte trataba de dar respuesta al interés por el destino del hombre fortaleciendo la fe de los virtuosos y aterrorizando a los escépticos.


Veamos, por ejemplo, el Juicio Final (1425-1430) de Fra Angelico. En la obra del beato, una corte angélica rodea al Cristo entronado, a quien también acompañan el Bautista, la Virgen y los santos. Con la mano derecha señala al Cielo, mientras con la izquierda nos advierte del destino infernal que espera a los impíos. A la derecha de la composición, un grupo de ángeles guía a los virtuosos hacia una de las mansiones celestiales del Paraíso, que se representa como un hermoso jardín, para que se reúnan con sus seres queridos. A la izquierda, se nos aparece una escena tenebrosa: figuras demoníacas arrastran a los réprobos al Infierno, donde deberán sufrir una eternidad de angustias. En el foso más profundo, el Príncipe de las Tinieblas devora a tres pecadores mientras retiene a otros dos entre sus garras.


Estas imágenes, que en su época despertaron terror, se observan con descreimiento en la actualidad. La contraposición entre la divinidad estática y la exaltación siniestra del sufrimiento resulta cuanto menos risible. ¿Qué necesidad hay de rodear la muerte de terrores, tormentos y condenación eterna? ¿Debemos vivir en oración y recogimiento para prepararnos para la vida después de la muerte o más bien deberíamos aplicar el concepto griego de la «buena muerte» y abordarla con serenidad como el colofón de una buena vida?

Para reflexionar sobre esta y otras representaciones cargadas de simbolismo religioso, no te pierdas la exposición sobre las representaciones de la muerte en la Edad Media «Heaven, Hell, and Dying Well: Images of Death in the Middle Ages» que acoge The J. Paul Getty Museum hasta el 12 de agosto de 2012. Si te pilla un poco lejos, no dudes en llevártelas a casa con Art of the Devil, un ebook de arte de gran calidad que contiene abundantes imágenes sobre la vida después de la muerte, inspiradas en los mayores temores de los artistas.