Tuesday, September 11, 2012

Caillebotte, un impresionista con calidad fotográfica

Gustave Caillebotte falleció demasiado joven. Su vida transcurrió entre 1848 y 1894, en esa convulsa época de transformaciones, conflictos y replanteamientos que fue el siglo XIX. Estudió derecho, pero rechazó su formación como jurista para dedicarse a retratar la vida moderna francesa y a pintar sensaciones junto a los pioneros del arte impresionista. La herencia que recibió tras el fallecimiento de su padre le permitió convertirse en el gran mecenas de Degas, Manet, Renoir, Monet, Pissarro, Cézanne y Sisley, entre otros, cuyas obras legó al Estado francés. Como muchos de sus amigos impresionistas, abandonó la despiadada ciudad para retirarse al barrio de Petit Gennevilliers, a orillas del Sena, donde cultivó un bello jardín, se refugió en la naturaleza y practicó el remo con pasión.

De algún modo, su labor de mecenazgo ensombreció su propia carrera artística. Tal como afirma el personaje más pedante y estirado de la película Midnight in Paris, la declaración de amor de Woody Allen a la ciudad de la luz, es posible que Caillebotte sea el impresionista más subestimado de todos. Quizá la más conocida de sus obras sea Los acuchilladores de parqué, que formaba parte de la colección que el gobierno de Francia rehusó aceptar durante los tres largos años que duró la «affaire Caillebotte». Este cuadro también había sido rechazado por el jurado del Salón de 1875, ya que fue una de las primeras representaciones artísticas del proletariado, un tema a todas luces «vulgar».

 


Gustave Caillebotte, Los acuchilladores de parqué, 1875.
Óleo sobre lienzo, 102 x 146,5 cm.
Musée d’Orsay, París.


 

La alineación de las tablas del parqué y el torso desnudo de los trabajadores son reveladores de su formación académica junto a Léon Bonnat, pero la elección del tema es radical y sigue la línea de los maestros realistas Millet y Courbet. No obstante, las pinturas de Caillebotte no articulan un discurso social, moralizador ni político como los obreros del campo y los campesinos de los anteriores; más bien al contrario, recrean una atmósfera de serenidad, una especie de descanso vital en medio de la agitación. Por otro lado, Caillebotte seleccionaba perspectivas arriesgadas y extrañas y sus encuadres no delimitaban escenas completas. Para la Schirn de Fráncfort del Meno este uso audaz de las técnicas de representación de la profundidad convierte a Caillebotte en un pionero del uso de los medios fotográficos que se pusieron en práctica en los años veinte y así nos lo presenta en la exposición «Gustave Caillebotte. Ein Impressionist und die Fotografie» (Gustave Caillebotte. Un impresionista y la fotografía) que se inaugurará el próximo 18 de octubre y estará abierta hasta el 20 de enero del próximo año.

La muestra incluye cincuenta cuadros y dibujos de Caillebotte y los compara con las instantáneas de fotógrafos contemporáneos y de los genios que revolucionaron el mundo de la fotografía y desecharon los convencionalismos, como André Kertész, László Moholy-Nagy, Alexander Rodchenko y Wols. Esta es precisamente la faceta más rompedora de Caillebotte: su significativa relación con la formación de nuevas visiones. Sus obras no sólo son un registro de lo que vieron sus ojos, sino que enseñan al espectador a mirar con ellos.

Henri Cartier-Bresson, el padre del periodismo fotográfico moderno, afirmó que «sacamos fotos de cosas en constante proceso de desaparición, y una vez que han desaparecido, no hay forma humana de hacerlas volver». Y así es, las fotografías, como los cuadros, nos permiten acceder a realidades que ya no existen, a fragmentos de la realidad que nunca volverán, a las vidas de quienes veían y quienes fueron vistos. Quien tenga alma de burgués parisino decimonónico y espere que tres hombres descamisados vengan a acuchillarle el parqué, puede esperar sentado... o puede hacerse con un ejemplar de este libro de Nathalia Brodskaya para regodearse en la vida moderna del siglo XIX a través de los ojos de los grandes impresionistas.

 

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