Runge (sí, el de la esfera) dijo que «todo conduce necesariamente al paisaje» y no puedo estar más de acuerdo. Absolutamente todo lo que vemos es, o contiene, un paisaje, aunque a veces nos neguemos a reconocerlo con la excusa de que «no es naturaleza». Es tan importante que hasta la UNESCO recomienda su protección (cosa que no tardaremos en agradecer, viendo el camino que llevamos).
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Wednesday, April 17, 2013
Paisajes antiguos y modernos
Hay dos tipos de personas, a las que les gustan los retratos y a las que les gustan los paisajes. Personalmente soy una de las personas de paisaje, en mi cámara de fotos raramente encontrarás un primer plano de una persona, y desde luego, ni una foto mía (no es que piense que las fotos roban el alma, pero casi).
Runge (sí, el de la esfera) dijo que «todo conduce necesariamente al paisaje» y no puedo estar más de acuerdo. Absolutamente todo lo que vemos es, o contiene, un paisaje, aunque a veces nos neguemos a reconocerlo con la excusa de que «no es naturaleza». Es tan importante que hasta la UNESCO recomienda su protección (cosa que no tardaremos en agradecer, viendo el camino que llevamos).
Runge (sí, el de la esfera) dijo que «todo conduce necesariamente al paisaje» y no puedo estar más de acuerdo. Absolutamente todo lo que vemos es, o contiene, un paisaje, aunque a veces nos neguemos a reconocerlo con la excusa de que «no es naturaleza». Es tan importante que hasta la UNESCO recomienda su protección (cosa que no tardaremos en agradecer, viendo el camino que llevamos).
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Tuesday, November 20, 2012
A solas con Hopper
Para una amplia mayoría de historiadores del arte y críticos, la obra de Hopper está necesariamente ligada a la soledad. Así pues, ya que debemos hablar de Hopper, hablemos de soledad. Y ya que estamos, hagámoslo de la soledad llevada al extremo, que es el solipsismo. Este término alude a una forma extrema de subjetivismo que afirma que lo único que existe es el propio yo o, al menos, lo único que puede ser conocido. Cualquier noción externa a uno no tiene entidad sino como producto de nuestra mente. Bueno, de «mi» mente, ya que estoy yo sola. Sería algo así como Juan Palomo in extremis.
Realmente se presenta como una idea desoladora, pero podría verse como la única forma de preservar la singularidad ante un mundo cada vez más masificado. En este sentido, la obra de Hopper se podría calificar de solipsista, porque las figuras que representa parecen elegir estar solas, incluso aunque aparezcan en compañía de otros. La soledad es su forma de no participar de la modernidad, del optimismo generalizado, de las incongruencias del mundo; es una forma de ensimismamiento. A este respecto, Hopper declaró que la abstracción que se desprende de sus cuadros tal vez no fuera otra cosa que un reflejo de su propia soledad, o quizá un elemento característico de la condición humana.

People in the Sun (Grupo de gente al sol), 1960.
Óleo sobre lienzo, 102,6 x 153,4 cm.
Smithsonian American Art Museum, Washington D.C.
En People in the Sun, por ejemplo, vemos a un grupo de personas orgullosas de su propia soledad, con la mirada fija en el horizonte o en una hoja de papel, sin establecer ningún tipo de contacto entre ellos. La absoluta falta de comunicación acentúa la sensación de soledad. Esta obra reúne todos los elementos característicos de Hopper: las grandes formas geométricas, la aplicación de colores planos, la presencia de elementos arquitectónicos y, por supuesto, el protagonismo de la luz, que al proyectar las sombras sobre el pavimento parece ser lo único que tiene movilidad en la composición.

Two Comedians (Dos comediantes), 1966.
Óleo sobre lienzo, 73,7 x 101,6 cm.
Colección de la familia Sinatra.
En una de las biografías de Hopper se afirma que se identificaba con la marginalidad de los payasos y otros artistas igualmente ajenos al mundo real. Así, en su última obra, Two Comedians, vistió a su mujer, Josephine, y a sí mismo de pierrots que saludan al público al final de su actuación. Hopper hace una reverencia al espectador y lleva de la mano a aquella que lo acompañó en todo. ¿Qué significa esto? ¿Acaso trataba de decirnos que la soledad que pintaba no era más que metafórica, pues siempre la compartió con Jo? ¿Tal vez es una broma de mi mente solipsista que trata de hacerme entender que el Hopper del que hablo no era más real que este que se despide vestido de comediante?
Tanto si existes fuera de mi mente como si no, no te pierdas la mayor retrospectiva dedicada al artista que acoge el Grand Palais de París hasta el próximo 28 de enero ni desaproveches la oportunidad de llenar tu soledad con esta monografía en formato electrónico de Gerry Souter.
Realmente se presenta como una idea desoladora, pero podría verse como la única forma de preservar la singularidad ante un mundo cada vez más masificado. En este sentido, la obra de Hopper se podría calificar de solipsista, porque las figuras que representa parecen elegir estar solas, incluso aunque aparezcan en compañía de otros. La soledad es su forma de no participar de la modernidad, del optimismo generalizado, de las incongruencias del mundo; es una forma de ensimismamiento. A este respecto, Hopper declaró que la abstracción que se desprende de sus cuadros tal vez no fuera otra cosa que un reflejo de su propia soledad, o quizá un elemento característico de la condición humana.

People in the Sun (Grupo de gente al sol), 1960.
Óleo sobre lienzo, 102,6 x 153,4 cm.
Smithsonian American Art Museum, Washington D.C.
En People in the Sun, por ejemplo, vemos a un grupo de personas orgullosas de su propia soledad, con la mirada fija en el horizonte o en una hoja de papel, sin establecer ningún tipo de contacto entre ellos. La absoluta falta de comunicación acentúa la sensación de soledad. Esta obra reúne todos los elementos característicos de Hopper: las grandes formas geométricas, la aplicación de colores planos, la presencia de elementos arquitectónicos y, por supuesto, el protagonismo de la luz, que al proyectar las sombras sobre el pavimento parece ser lo único que tiene movilidad en la composición.

Two Comedians (Dos comediantes), 1966.
Óleo sobre lienzo, 73,7 x 101,6 cm.
Colección de la familia Sinatra.
En una de las biografías de Hopper se afirma que se identificaba con la marginalidad de los payasos y otros artistas igualmente ajenos al mundo real. Así, en su última obra, Two Comedians, vistió a su mujer, Josephine, y a sí mismo de pierrots que saludan al público al final de su actuación. Hopper hace una reverencia al espectador y lleva de la mano a aquella que lo acompañó en todo. ¿Qué significa esto? ¿Acaso trataba de decirnos que la soledad que pintaba no era más que metafórica, pues siempre la compartió con Jo? ¿Tal vez es una broma de mi mente solipsista que trata de hacerme entender que el Hopper del que hablo no era más real que este que se despide vestido de comediante?
Tanto si existes fuera de mi mente como si no, no te pierdas la mayor retrospectiva dedicada al artista que acoge el Grand Palais de París hasta el próximo 28 de enero ni desaproveches la oportunidad de llenar tu soledad con esta monografía en formato electrónico de Gerry Souter.
Thursday, November 8, 2012
Edward Hopper: The Man, The Mystery, The Muse
Edward Hopper, the man of many movements. Whether it be romanticism, realism, symbolism, or formalism, Hopper has covered them all. I am not going to analyse which oeuvre he was best suited to, nor to which he owes the most allegiance. Instead I am going to try and find the man behind the paintings....
Ok, let’s fast-forward Hopper’s life a little... and hello Josephine! A fellow artist and former student of Robert Henri (a past teacher of Hopper’s), Josephine Nivison was ‘The One’. She was the Simon to Hopper’s Garfunkel, or the Kate to Hopper’s Wills if you want to be a little more current. Model, Manager, Life-Companion, she truly supported her husband (publicly) in every way, which can be seen in the numerous paintings in which Hopper uses her to model various characters and figures.
Hopper has been pigeon-holed several times, from being the illustrator of the all-American way of life (Four Lane Road) to the more complex, dark, detached painter of the more sinister ‘Nighthawks’. However, when asked about his paintings and his particular style of painting, he was noted to reply: “The whole answer is there on the canvas.”

Four Lane Road, 1956.
Oil on canvas, 68.6 x 104.1 cm.
Private collection.
If I can refer you to another statement made by Hopper, we can look at this further:
“So much of every art is an expression of the subconscious that it seems to me most of all the important qualities are put there unconsciously, and little of importance by the conscious intellect.”
He moves us here away from the subconscious of the audience but, instead, to that of its creator – the painter himself. Such being the case, Hopper’s choices and preferences for light and dark are filled with new meaning. If you have a look at one of his more well-known works, ‘Nighthawks’, the dark palette of the street scene combined with the shadows of the well-lit interior presents a sinister tone. No longer do the figures within the diner possess a careless, lonely air, but rather, they become more predatory in appearance. We, as the audience, cannot tell whether Hopper identifies with one of the inner characters, one of the predators, or instead with us, the viewer – always on the outside, looking in.

Nighthawks, 1942.
Oil on canvas, 84.1 x 152.4 cm.
The Art Institute of Chicago, Chicago.
Indeed, this seems to be a recurrent theme with Hopper. The audience of his work is often treated to the image of a solitary figure, either through a window, or in a state of undress, to which we then have the impression of being voyeurs. The figure (or figures) in the painting is often portrayed as being unaware of the artist/audience. As an example, take a look at ‘Morning in a City’, as modelled by Hopper’s wife Jo. The idea of voyeurism continues. But, with the question of the subconscious ever present, we may start to wonder at this being Hopper’s go-to perspective. Does this mean that Hopper himself feels voyeuristic in painting, or is this a reflection of his feelings when he was amongst his peers in society; that he was on the edge, forever looking in?
We can but guess.

Morning in a City, 1944. Oil on canvas, 112.5 x 152 cm. Williams College Museum of Art, Williamstown, Massachusetts.
So, the mystery of Edward Hopper will have to go a little longer with being unanswered I think. However, one thing we do know for certain is the regard that he bore his wife Josephine. As I have previously mentioned, she was with Hopper for nearly every step of the way; his painting career, his public career, his life! Although perhaps not the most tranquil of marriages (perusal of her private diaries would no doubt lead many stable couples to run screaming ‘divorce! divorce!’ down the streets), it is all the more touching to view Hopper’s final work, ‘Two Comedians’. It shows two actors on the stage of a theatre, taking their last bow. This is increasingly more poignant due to Hopper’s life-long love of the theatre, and upon closer inspection of the figures, we can see that the models are Hopper and Josephine themselves. After Hopper’s death in 1967 (1 year after the completion of ‘Two Comedians’), Josephine confirmed the suspicions of many, that her husband had intended it to portray the end of their life together.
In the end, this is the story that will stay with me from Hopper’s paintings. Outsider or keen observer, it doesn’t matter, what remains in his work is the love story he wrote together with his wife. Tumultuous and stormy maybe, but it is a love story that remains unending.

Two Comedians, 1965.
Oil on canvas, 73.7 x 101.6 cm.
Collection Mr and Mrs Frank Sinatra.
Venturing to the Grand Palais in Paris between the 10 October 2012 and 28 January 2013 will afford you the chance to catch up with the iconic painter that is Edward Hopper. Discover the early and the mature works of one of America’s finest painters. See for yourselves where his mastery truly lies; with the lighter style of the Impressionists, or with the darker palette of his Rembrandt-fascination. Discover, if you will, his life with Jo, as depicted in his art. Alternatively, feel free to peruse at length ‘Edward Hopper’, written by Gerry Souter.
Ok, let’s fast-forward Hopper’s life a little... and hello Josephine! A fellow artist and former student of Robert Henri (a past teacher of Hopper’s), Josephine Nivison was ‘The One’. She was the Simon to Hopper’s Garfunkel, or the Kate to Hopper’s Wills if you want to be a little more current. Model, Manager, Life-Companion, she truly supported her husband (publicly) in every way, which can be seen in the numerous paintings in which Hopper uses her to model various characters and figures.
Hopper has been pigeon-holed several times, from being the illustrator of the all-American way of life (Four Lane Road) to the more complex, dark, detached painter of the more sinister ‘Nighthawks’. However, when asked about his paintings and his particular style of painting, he was noted to reply: “The whole answer is there on the canvas.”

Four Lane Road, 1956.
Oil on canvas, 68.6 x 104.1 cm.
Private collection.
If I can refer you to another statement made by Hopper, we can look at this further:
“So much of every art is an expression of the subconscious that it seems to me most of all the important qualities are put there unconsciously, and little of importance by the conscious intellect.”
He moves us here away from the subconscious of the audience but, instead, to that of its creator – the painter himself. Such being the case, Hopper’s choices and preferences for light and dark are filled with new meaning. If you have a look at one of his more well-known works, ‘Nighthawks’, the dark palette of the street scene combined with the shadows of the well-lit interior presents a sinister tone. No longer do the figures within the diner possess a careless, lonely air, but rather, they become more predatory in appearance. We, as the audience, cannot tell whether Hopper identifies with one of the inner characters, one of the predators, or instead with us, the viewer – always on the outside, looking in.

Nighthawks, 1942.
Oil on canvas, 84.1 x 152.4 cm.
The Art Institute of Chicago, Chicago.
Indeed, this seems to be a recurrent theme with Hopper. The audience of his work is often treated to the image of a solitary figure, either through a window, or in a state of undress, to which we then have the impression of being voyeurs. The figure (or figures) in the painting is often portrayed as being unaware of the artist/audience. As an example, take a look at ‘Morning in a City’, as modelled by Hopper’s wife Jo. The idea of voyeurism continues. But, with the question of the subconscious ever present, we may start to wonder at this being Hopper’s go-to perspective. Does this mean that Hopper himself feels voyeuristic in painting, or is this a reflection of his feelings when he was amongst his peers in society; that he was on the edge, forever looking in?
We can but guess.

Morning in a City, 1944. Oil on canvas, 112.5 x 152 cm. Williams College Museum of Art, Williamstown, Massachusetts.
So, the mystery of Edward Hopper will have to go a little longer with being unanswered I think. However, one thing we do know for certain is the regard that he bore his wife Josephine. As I have previously mentioned, she was with Hopper for nearly every step of the way; his painting career, his public career, his life! Although perhaps not the most tranquil of marriages (perusal of her private diaries would no doubt lead many stable couples to run screaming ‘divorce! divorce!’ down the streets), it is all the more touching to view Hopper’s final work, ‘Two Comedians’. It shows two actors on the stage of a theatre, taking their last bow. This is increasingly more poignant due to Hopper’s life-long love of the theatre, and upon closer inspection of the figures, we can see that the models are Hopper and Josephine themselves. After Hopper’s death in 1967 (1 year after the completion of ‘Two Comedians’), Josephine confirmed the suspicions of many, that her husband had intended it to portray the end of their life together.
In the end, this is the story that will stay with me from Hopper’s paintings. Outsider or keen observer, it doesn’t matter, what remains in his work is the love story he wrote together with his wife. Tumultuous and stormy maybe, but it is a love story that remains unending.

Two Comedians, 1965.
Oil on canvas, 73.7 x 101.6 cm.
Collection Mr and Mrs Frank Sinatra.
Venturing to the Grand Palais in Paris between the 10 October 2012 and 28 January 2013 will afford you the chance to catch up with the iconic painter that is Edward Hopper. Discover the early and the mature works of one of America’s finest painters. See for yourselves where his mastery truly lies; with the lighter style of the Impressionists, or with the darker palette of his Rembrandt-fascination. Discover, if you will, his life with Jo, as depicted in his art. Alternatively, feel free to peruse at length ‘Edward Hopper’, written by Gerry Souter.
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Tuesday, October 9, 2012
Entre naturalismo e impresionismo: Caillebotte
Debo admitir que cuando, hace no mucho, mi jefe me nombró a Caillebotte, no sabía de quién me estaba hablando, mucho menos su nacionalidad o el movimiento estético al que pertenecía (y no digamos cómo escribirlo). Pero Google existe por una razón, así que hice una búsqueda y me quedé sorprendida al ver que, aunque no conocía el nombre del artista, las imágenes me eran muy familiares. Y es que con Caillebotte pasa como con las canciones clásicas, que todo el mundo las conoce pero poca gente es capaz de decir el intérprete/autor.
Este acaudalado impresionista tuvo parte de culpa del éxito de sus compañeros y luego cayó en el olvido (¿quizá por su toque naturalista?). Y digo que tuvo culpa porque se convirtió en su mecenas, además de amigo y colaborador, y no contento con eso, a su muerte donó su colección al Estado.

Calle de París, día lluvioso, 1877.
Óleo sobre lienzo, 212,2 x 276,2 cm.
Art Institute, Chicago.
Es precisamente esta mezcla de impresionismo y naturalismo lo que, a mi parecer, lo hace interesante y le da ese aspecto de fotografía a sus obras. Eso, además de los temas elegidos, claro, ya que como buen impresionista se dedicó a retratar el París urbano, pero lo hizo con un aire más del siglo XX que del XIX (hay quien afirma que le recuerda a Hopper, y no me parece una comparación desacertada).
La exposición «Gustave Caillebotte. An Impressionist and Photography» del Schirn Kunsthalle de Fráncfort del Meno hace especial hincapié en este aspecto fotográfico; tanto que expone, junto a las obras de Caillebotte, fotografías de finales del siglo XIX y principios del XX. Si tienes un rato, puedes acercarte y maravillarte con la obra de este no tan conocido pintor. O si lo prefieres, puedes hacerte con este libro de Nathalia Brodskaya.
Este acaudalado impresionista tuvo parte de culpa del éxito de sus compañeros y luego cayó en el olvido (¿quizá por su toque naturalista?). Y digo que tuvo culpa porque se convirtió en su mecenas, además de amigo y colaborador, y no contento con eso, a su muerte donó su colección al Estado.

Calle de París, día lluvioso, 1877.
Óleo sobre lienzo, 212,2 x 276,2 cm.
Art Institute, Chicago.
Es precisamente esta mezcla de impresionismo y naturalismo lo que, a mi parecer, lo hace interesante y le da ese aspecto de fotografía a sus obras. Eso, además de los temas elegidos, claro, ya que como buen impresionista se dedicó a retratar el París urbano, pero lo hizo con un aire más del siglo XX que del XIX (hay quien afirma que le recuerda a Hopper, y no me parece una comparación desacertada).
La exposición «Gustave Caillebotte. An Impressionist and Photography» del Schirn Kunsthalle de Fráncfort del Meno hace especial hincapié en este aspecto fotográfico; tanto que expone, junto a las obras de Caillebotte, fotografías de finales del siglo XIX y principios del XX. Si tienes un rato, puedes acercarte y maravillarte con la obra de este no tan conocido pintor. O si lo prefieres, puedes hacerte con este libro de Nathalia Brodskaya.
Friday, August 24, 2012
Hopper fait du cinéma
J’ai beaucoup aimé le film « L’Arnaque », avec Robert Redford et Paul Newman. Vous vous souvenez peut-être de cette scène : un café en coin de rue, Robert Redford assis face à une tasse de café, une femme brune le regarde. C’est la tueuse possédant le contrat lancé sur la tête de Robert.
Chaque fois que je revois ce film, j’ai l’impression de rentrer dans un tableau de Hopper. Un homme, une femme, solitaires, le regard perdu vers l’horizon sans fin ; des lumières oranges, vertes, qui viennent balayer avec délicatesse des visages blanchâtres.

Edward Hopper, Oiseaux de nuit, 1942.
Huile sur toile, 84,1 x 152,4 cm.
The Art Institute of Chicago, Chicago.
Cette atmosphère des films américains des années 40 et 50 correspond à une période qui rimait avec Clark Gable, Cary Grant, Humphrey Bogart, Lauren Bacall ou Rita Hayworth. C’était le cinéma d’avant « The Artist » ou de la 3D. La télévision n’avait pas franchi le seuil de nos maisons.
Les tableaux de Hopper nous font rentrer dans cette Amérique, celle des souvenirs. C’était le temps ou le cow-boy de Time Square fumait sans interdit, ou le whisky n’était pas un péché, le sexe pas un crime. L’Amérique de rêves et des espérances.
Une rétrospective « Hopper » est actuellement visible au Museo Thyssen Bornemisza de Madrid, jusqu’au 16 septembre. À partir du 6 octobre, le Grand Palais de Paris offrira aussi aux amateurs de Hopper, une exposition sur son travail. Vous pouvez préparer et compléter ces deux visites avec cette monographie sur Hopper de Gerry Souter.
Chaque fois que je revois ce film, j’ai l’impression de rentrer dans un tableau de Hopper. Un homme, une femme, solitaires, le regard perdu vers l’horizon sans fin ; des lumières oranges, vertes, qui viennent balayer avec délicatesse des visages blanchâtres.

Edward Hopper, Oiseaux de nuit, 1942.
Huile sur toile, 84,1 x 152,4 cm.
The Art Institute of Chicago, Chicago.
Cette atmosphère des films américains des années 40 et 50 correspond à une période qui rimait avec Clark Gable, Cary Grant, Humphrey Bogart, Lauren Bacall ou Rita Hayworth. C’était le cinéma d’avant « The Artist » ou de la 3D. La télévision n’avait pas franchi le seuil de nos maisons.
Les tableaux de Hopper nous font rentrer dans cette Amérique, celle des souvenirs. C’était le temps ou le cow-boy de Time Square fumait sans interdit, ou le whisky n’était pas un péché, le sexe pas un crime. L’Amérique de rêves et des espérances.
Une rétrospective « Hopper » est actuellement visible au Museo Thyssen Bornemisza de Madrid, jusqu’au 16 septembre. À partir du 6 octobre, le Grand Palais de Paris offrira aussi aux amateurs de Hopper, une exposition sur son travail. Vous pouvez préparer et compléter ces deux visites avec cette monographie sur Hopper de Gerry Souter.
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Friday, July 13, 2012
L’Angoisse de la faille
Deux adolescents sur une terrasse un soir d’été, une femme sur le pas de sa porte vers midi, une autre qui s’habille dans sa chambre le matin… A priori rien de bien inquiétant, et pourtant…
Les toiles de Hopper déclenchent toujours en moi quelque chose d’indéfinissable, entre l’inquiétude, le mal-être et la peur diffuse. La sourde angoisse de la permanence des choses. Si elles sont situées très précisément dans le temps et dans l’espace, ses œuvres montrent des situations telles qu’elles ont toujours été et telles qu’elles seront toujours. On a l’impression d’un instant en même temps déterminé et éternel, comme une sorte de faille dans le temps. L’impression d’être au bord de l’éternité et que l’on va y basculer…

Soleil de midi, 1949.
Huile sur toile, 68,6 x 99, 1 cm.
The Dayton Art Institute, Dayton, Ohio.
Don de M. et Mme Anthony Haswell.

Soir d’été, 1947.
Huile sur toile, 76,2 x 106,7 cm.
Collection de M. et Mme Gilbert H. Kinney.
Cette impression d’angoissante lourdeur est renforcée par le lissé de la couleur et le rendu de la lumière, jamais choisie au hasard.
Rassurez-vous ! Beaucoup de gens - même s’ils remarquent la présence de personnages pensifs voire dépressifs - ne voient dans les œuvres de Hopper qu’un intérêt « technique » : la description de l’Amérique des classes moyennes.
Si vous vous sentez suffisamment fort pour résister à la délicieusement malsaine séduction de ses toiles, rendez-vous à Madrid ! Le Museo Thyssen-Bornemisza présente environ 70 de ses huiles, jusqu’au 16 septembre 2012.
Pour exorciser vos peurs existentielles, dites-vous qu’elles aussi vous ont précédé. En attendant, mithridatisez-vous avec le Hopper (version imprimée / version e-book).
Les toiles de Hopper déclenchent toujours en moi quelque chose d’indéfinissable, entre l’inquiétude, le mal-être et la peur diffuse. La sourde angoisse de la permanence des choses. Si elles sont situées très précisément dans le temps et dans l’espace, ses œuvres montrent des situations telles qu’elles ont toujours été et telles qu’elles seront toujours. On a l’impression d’un instant en même temps déterminé et éternel, comme une sorte de faille dans le temps. L’impression d’être au bord de l’éternité et que l’on va y basculer…

Soleil de midi, 1949.
Huile sur toile, 68,6 x 99, 1 cm.
The Dayton Art Institute, Dayton, Ohio.
Don de M. et Mme Anthony Haswell.

Soir d’été, 1947.
Huile sur toile, 76,2 x 106,7 cm.
Collection de M. et Mme Gilbert H. Kinney.
Cette impression d’angoissante lourdeur est renforcée par le lissé de la couleur et le rendu de la lumière, jamais choisie au hasard.
Rassurez-vous ! Beaucoup de gens - même s’ils remarquent la présence de personnages pensifs voire dépressifs - ne voient dans les œuvres de Hopper qu’un intérêt « technique » : la description de l’Amérique des classes moyennes.
Si vous vous sentez suffisamment fort pour résister à la délicieusement malsaine séduction de ses toiles, rendez-vous à Madrid ! Le Museo Thyssen-Bornemisza présente environ 70 de ses huiles, jusqu’au 16 septembre 2012.
Pour exorciser vos peurs existentielles, dites-vous qu’elles aussi vous ont précédé. En attendant, mithridatisez-vous avec le Hopper (version imprimée / version e-book).
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La mirada de Hopper
Si hablo de Edward Hopper, es muy probable que el primer cuadro que te venga a la cabeza sea Nighthawks (Noctámbulos), esos tres clientes sentados en la barra de un diner atendidos por un camarero de blanco inmaculado y vistos desde una calle completamente desierta que ha dado lugar a incontables imitaciones y evocaciones. Pues bien, precisamente ese cuadro no podrás verlo en la exposición temporal organizada por el Museo Thyssen-Bornemisza y la Réunion des musées nationaux de Francia, pero quizá con más razón deberías acercarte a disfrutar de las otras 73 obras del artista que sí han logrado reunir en «Hopper», a secas. Y es que no hace falta decir más.
Se le considera el mejor pintor estadounidense del siglo XX y vivió en aquella época terrible en la que el país de la libertad despertó abruptamente del mascado «Sueño Americano». Meticuloso hasta la médula y algo misántropo, Hopper tuvo unos comienzos difíciles, en los que sufrió el mayor desdén y escarnio por parte de la crítica y el público: la pura ignorancia. Es un representante del realismo social, pero tal como defienden los organizadores de la exposición, clava sus raíces en el impresionismo europeo. Esto se hace patente en el papel preponderante de la luz, que no solo domina las composiciones, sino que también está presente en los títulos de sus obras: Mañana en Carolina del Sur (1955), Mañana en una ciudad (1944), Sol de mañana (1952), Conferencia por la noche (1949), etc.
Además, Hopper fue un gran historiador que retrató fielmente la soledad y el aislamiento del hombre en el mundo urbanizado. Sus paisajes son espacios ásperos, hostiles y desolados y sus escenas de interior representan situaciones típicas y vulgares, algo simplificadas. No obstante, esta sencillez es solo aparente, pues sus cuadros están impregnados de narratividad implícita, esto es, cuentan historias familiares sobre la vida en la ciudad, la soledad, la melancolía y la complejidad de las relaciones interpersonales.

Edward Hopper, Eleven a. m. (Once a. m.), 1926.
Óleo sobre lienzo, 71,3 x 91,6 cm.
Smithsonian Institution, Hirshhorn
Museum and Sculpture Garden,
Washington, D.C.
Hopper nos convierte en voyeurs que disfrutan contemplando la melancolía, la banalidad y la inmensa soledad reinantes en las intimidades de otros. El realismo es lo que tiene, interpreta la vida tal como es, sin tapujos y sin medias tintas, y nos la estampa en la cara. Sus figuras transitan por un mundo que no pinta nada bien. Son retratos estáticos de personas en movimiento. Y nosotros podemos inventar sus historias, conmovernos con sus vidas truncadas, leer la tristeza en sus semblantes y, quizá, reconocernos en ella a nosotros mismos.

Edward Hopper, Verano en la ciudad, 1949.
Óleo sobre lienzo, 50,8 x 76,2 cm.
Berry-Hill Galleries, Inc., Nueva York.
Nada nos prohíbe estar tristes de cuando en cuando. A veces, es el único remedio sensato, pues de todos es sabido que la alegría en estómago vacío no cae nada bien. Así pues, si adoleces de esa melancolía que llena los espacios entre un gozo y otro o si quieres sentirte solo entre la multitud, no te pierdas la exposición «Hopper» abierta hasta el 16 de septiembre de 2012. Si no te es posible, no te inquietes; siéntate, reposa los codos sobre el regazo, e imprégnate de realidad con Hopper allí donde estés.
Se le considera el mejor pintor estadounidense del siglo XX y vivió en aquella época terrible en la que el país de la libertad despertó abruptamente del mascado «Sueño Americano». Meticuloso hasta la médula y algo misántropo, Hopper tuvo unos comienzos difíciles, en los que sufrió el mayor desdén y escarnio por parte de la crítica y el público: la pura ignorancia. Es un representante del realismo social, pero tal como defienden los organizadores de la exposición, clava sus raíces en el impresionismo europeo. Esto se hace patente en el papel preponderante de la luz, que no solo domina las composiciones, sino que también está presente en los títulos de sus obras: Mañana en Carolina del Sur (1955), Mañana en una ciudad (1944), Sol de mañana (1952), Conferencia por la noche (1949), etc.
Además, Hopper fue un gran historiador que retrató fielmente la soledad y el aislamiento del hombre en el mundo urbanizado. Sus paisajes son espacios ásperos, hostiles y desolados y sus escenas de interior representan situaciones típicas y vulgares, algo simplificadas. No obstante, esta sencillez es solo aparente, pues sus cuadros están impregnados de narratividad implícita, esto es, cuentan historias familiares sobre la vida en la ciudad, la soledad, la melancolía y la complejidad de las relaciones interpersonales.

Edward Hopper, Eleven a. m. (Once a. m.), 1926.
Óleo sobre lienzo, 71,3 x 91,6 cm.
Smithsonian Institution, Hirshhorn
Museum and Sculpture Garden,
Washington, D.C.
Hopper nos convierte en voyeurs que disfrutan contemplando la melancolía, la banalidad y la inmensa soledad reinantes en las intimidades de otros. El realismo es lo que tiene, interpreta la vida tal como es, sin tapujos y sin medias tintas, y nos la estampa en la cara. Sus figuras transitan por un mundo que no pinta nada bien. Son retratos estáticos de personas en movimiento. Y nosotros podemos inventar sus historias, conmovernos con sus vidas truncadas, leer la tristeza en sus semblantes y, quizá, reconocernos en ella a nosotros mismos.

Edward Hopper, Verano en la ciudad, 1949.
Óleo sobre lienzo, 50,8 x 76,2 cm.
Berry-Hill Galleries, Inc., Nueva York.
Nada nos prohíbe estar tristes de cuando en cuando. A veces, es el único remedio sensato, pues de todos es sabido que la alegría en estómago vacío no cae nada bien. Así pues, si adoleces de esa melancolía que llena los espacios entre un gozo y otro o si quieres sentirte solo entre la multitud, no te pierdas la exposición «Hopper» abierta hasta el 16 de septiembre de 2012. Si no te es posible, no te inquietes; siéntate, reposa los codos sobre el regazo, e imprégnate de realidad con Hopper allí donde estés.
Edward Hopper und der Voyeur
Edward Hopper – bei keinem anderen Künstler bin ich lieber Voyeur. Des Nachts findet sich irgendwo ein hell beleuchtetes Büro oder Zimmer, in das ein Fenster Einblick gewährt. Eine alltägliche, meist banale Szene spielt sich ab, Kommunikation fehlt häufig ganz. Dennoch lassen mich diese Szenen verweilen, eine ungewohnte Intimität lässt mich näher an das Werk herantreten – und doch werde ich auf Distanz gehalten.
Ebenso finden sich Szenen, die dem Betrachter suggerieren, sich im selben Zimmer oder Nebenzimmer zu befinden, den Blick auf eine auf ihrem Bett sitzende oder am Fenster stehende (mitunter nackte) Frau freigebend. Räumlich fast involviert, werden wir jedoch auch hier wieder auf Distanz gehalten und in die Rolle des Voyeurs gedrängt. Mit Hilfe von Komposition und Lichtführung gelingt es Hopper, die für ihn typische Intimität der Einsamkeit zu erzeugen.

Nachts im Büro, 1940.
Öl auf Leinwand, 55,8 x 63,5 cm.
Walker Art Center, Minneapolis.

Morgensonne, 1952.
Öl auf Leinwand, 71,4 x 101,9 cm.
Columbus Museum of Art, Columbus, Ohio.
Hopper gilt als der große amerikanische Chronist, der die Isolation und Einsamkeit des modernen Menschen in einer Welt der Urbanisierung wiedergibt, und er versteht es, eine ganz eigene, manchmal auch melancholische Stimmung zu erzeugen. Karge Räume, menschenleere Landschaften, Bahngleise, Straßenansichten, Cafés, Tankstellen, Leuchttürme und vieles mehr begegnen uns immer wieder, und immer wieder sind wir Voyeur, suchen nach einer Geschichte und vermissen ein wenig die Kommunikation. Von diesen Darstellungen inspiriert, finden sich wenig später in den Filmen Alfred Hitchcocks (Psycho) verschiedene Gemälde Hoppers rezipiert.
Seien Sie Voyeur! – Und verfolgen Sie thematisch und chronologisch den Werdegang des Künstlers noch bis zum 16. September 2012 im Museo Thyssen-Bornemisza in der größten je in Europa gezeigten Hopper-Ausstellung. Alternativ genießen Sie die Inszenierung der Einsamkeit auch zu Hause mit dem neuen E-Book oder der gedruckten Ausgabe aus dem Parkstone-Verlag.
Ebenso finden sich Szenen, die dem Betrachter suggerieren, sich im selben Zimmer oder Nebenzimmer zu befinden, den Blick auf eine auf ihrem Bett sitzende oder am Fenster stehende (mitunter nackte) Frau freigebend. Räumlich fast involviert, werden wir jedoch auch hier wieder auf Distanz gehalten und in die Rolle des Voyeurs gedrängt. Mit Hilfe von Komposition und Lichtführung gelingt es Hopper, die für ihn typische Intimität der Einsamkeit zu erzeugen.

Nachts im Büro, 1940.
Öl auf Leinwand, 55,8 x 63,5 cm.
Walker Art Center, Minneapolis.

Morgensonne, 1952.
Öl auf Leinwand, 71,4 x 101,9 cm.
Columbus Museum of Art, Columbus, Ohio.
Hopper gilt als der große amerikanische Chronist, der die Isolation und Einsamkeit des modernen Menschen in einer Welt der Urbanisierung wiedergibt, und er versteht es, eine ganz eigene, manchmal auch melancholische Stimmung zu erzeugen. Karge Räume, menschenleere Landschaften, Bahngleise, Straßenansichten, Cafés, Tankstellen, Leuchttürme und vieles mehr begegnen uns immer wieder, und immer wieder sind wir Voyeur, suchen nach einer Geschichte und vermissen ein wenig die Kommunikation. Von diesen Darstellungen inspiriert, finden sich wenig später in den Filmen Alfred Hitchcocks (Psycho) verschiedene Gemälde Hoppers rezipiert.
Seien Sie Voyeur! – Und verfolgen Sie thematisch und chronologisch den Werdegang des Künstlers noch bis zum 16. September 2012 im Museo Thyssen-Bornemisza in der größten je in Europa gezeigten Hopper-Ausstellung. Alternativ genießen Sie die Inszenierung der Einsamkeit auch zu Hause mit dem neuen E-Book oder der gedruckten Ausgabe aus dem Parkstone-Verlag.
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Hopper: drudgery and dysthymia
Edward Hopper is being celebrated with an exhibition dedicated to his life and works in the Museo Thyssen-Bornemisza in Madrid, amassing an impressive 73 out of his 366 canvases. He would have hated this. Bitter as he was about the late recognition of his art, he avoided his own exhibitions, using them as a platform to get his paintings sold, in order to carry on living his simple and reclusive lifestyle.
Hopper has to be the least fitting name for an artist as misanthropic as he. He was an introvert with a wry sense of humour, who would fall into great periods of melancholy, pierced on occasion by flashes of brilliant inspiration. But great art comes from great depression. Take the obvious example, Van Gogh, whose struggle with manic depression led him to paint some of the most celebrated art in history. Other, lesser known depressives included William Blake, Gauguin, Pollock, Miró, and even Michelangelo. I’m not saying you have to be depressed to be an artist, but it helps. The irony is that Hopper was one of the few artists whose careers actually flourished during the Great Depression.

Edward Hopper, Eleven A.M., 1926.
Oil on canvas, 71.3 x 91.6 cm.
Smithsonian Institution, Hirshhorn
Museum and Sculpture Garden,
Washington, D.C.
It takes a pessimist to be able view life through a realist lens. Hopper’s work strikes a chord with people not because it gives them a cheery nod to the future, but because it reflects the banality, solitude, loneliness and boredom of moments in our own lives, and says to us: “Hey, you know what? It’s ok if you want to sit in your knickers and stare out of the window all day − people did it in the 1920s too!” For many of us, it reflects the poignancy of relationships, and the bitterness of a break-up. If there is a couple, the intimacy has gone, and each is resigned to the fate of either an imminent split or a life of regrets, each wallowing in their own well of ‘what ifs’.

Edward Hopper, Summer in the City, 1949.
Oil on canvas, 50.8 x 76.2 cm.
Berry-Hill Galleries, Inc., New York.
Think you can create world-class art with a canvas, some paints, and optimism alone? Then think again, preferably in your underwear, staring into space.
You can still see Hopper’s works at the Hopper exhibition, at the Museo Thyssen-Bornemisza, until 16 September 2012. Get to know the artist, and what made him tick, with this detailed art book about Hopper’s life and times.
Hopper has to be the least fitting name for an artist as misanthropic as he. He was an introvert with a wry sense of humour, who would fall into great periods of melancholy, pierced on occasion by flashes of brilliant inspiration. But great art comes from great depression. Take the obvious example, Van Gogh, whose struggle with manic depression led him to paint some of the most celebrated art in history. Other, lesser known depressives included William Blake, Gauguin, Pollock, Miró, and even Michelangelo. I’m not saying you have to be depressed to be an artist, but it helps. The irony is that Hopper was one of the few artists whose careers actually flourished during the Great Depression.

Edward Hopper, Eleven A.M., 1926.
Oil on canvas, 71.3 x 91.6 cm.
Smithsonian Institution, Hirshhorn
Museum and Sculpture Garden,
Washington, D.C.
It takes a pessimist to be able view life through a realist lens. Hopper’s work strikes a chord with people not because it gives them a cheery nod to the future, but because it reflects the banality, solitude, loneliness and boredom of moments in our own lives, and says to us: “Hey, you know what? It’s ok if you want to sit in your knickers and stare out of the window all day − people did it in the 1920s too!” For many of us, it reflects the poignancy of relationships, and the bitterness of a break-up. If there is a couple, the intimacy has gone, and each is resigned to the fate of either an imminent split or a life of regrets, each wallowing in their own well of ‘what ifs’.

Edward Hopper, Summer in the City, 1949.
Oil on canvas, 50.8 x 76.2 cm.
Berry-Hill Galleries, Inc., New York.
Think you can create world-class art with a canvas, some paints, and optimism alone? Then think again, preferably in your underwear, staring into space.
You can still see Hopper’s works at the Hopper exhibition, at the Museo Thyssen-Bornemisza, until 16 September 2012. Get to know the artist, and what made him tick, with this detailed art book about Hopper’s life and times.
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