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Tuesday, November 20, 2012

A solas con Hopper

Para una amplia mayoría de historiadores del arte y críticos, la obra de Hopper está necesariamente ligada a la soledad. Así pues, ya que debemos hablar de Hopper, hablemos de soledad. Y ya que estamos, hagámoslo de la soledad llevada al extremo, que es el solipsismo. Este término alude a una forma extrema de subjetivismo que afirma que lo único que existe es el propio yo o, al menos, lo único que puede ser conocido. Cualquier noción externa a uno no tiene entidad sino como producto de nuestra mente. Bueno, de «mi» mente, ya que estoy yo sola. Sería algo así como Juan Palomo in extremis.

Realmente se presenta como una idea desoladora, pero podría verse como la única forma de preservar la singularidad ante un mundo cada vez más masificado. En este sentido, la obra de Hopper se podría calificar de solipsista, porque las figuras que representa parecen elegir estar solas, incluso aunque aparezcan en compañía de otros. La soledad es su forma de no participar de la modernidad, del optimismo generalizado, de las incongruencias del mundo; es una forma de ensimismamiento. A este respecto, Hopper declaró que la abstracción que se desprende de sus cuadros tal vez no fuera otra cosa que un reflejo de su propia soledad, o quizá un elemento característico de la condición humana.

 


People in the Sun (Grupo de gente al sol), 1960.
Óleo sobre lienzo, 102,6 x 153,4 cm.
Smithsonian American Art Museum, Washington D.C.


 

En People in the Sun, por ejemplo, vemos a un grupo de personas orgullosas de su propia soledad, con la mirada fija en el horizonte o en una hoja de papel, sin establecer ningún tipo de contacto entre ellos. La absoluta falta de comunicación acentúa la sensación de soledad. Esta obra reúne todos los elementos característicos de Hopper: las grandes formas geométricas, la aplicación de colores planos, la presencia de elementos arquitectónicos y, por supuesto, el protagonismo de la luz, que al proyectar las sombras sobre el pavimento parece ser lo único que tiene movilidad en la composición.

 


Two Comedians (Dos comediantes), 1966.
Óleo sobre lienzo, 73,7 x 101,6 cm.
Colección de la familia Sinatra.


 

En una de las biografías de Hopper se afirma que se identificaba con la marginalidad de los payasos y otros artistas igualmente ajenos al mundo real. Así, en su última obra, Two Comedians, vistió a su mujer, Josephine, y a sí mismo de pierrots que saludan al público al final de su actuación. Hopper hace una reverencia al espectador y lleva de la mano a aquella que lo acompañó en todo. ¿Qué significa esto? ¿Acaso trataba de decirnos que la soledad que pintaba no era más que metafórica, pues siempre la compartió con Jo? ¿Tal vez es una broma de mi mente solipsista que trata de hacerme entender que el Hopper del que hablo no era más real que este que se despide vestido de comediante?

 

Tanto si existes fuera de mi mente como si no, no te pierdas la mayor retrospectiva dedicada al artista que acoge el Grand Palais de París hasta el próximo 28 de enero ni desaproveches la oportunidad de llenar tu soledad con esta monografía en formato electrónico de Gerry Souter.

 

 

Friday, July 13, 2012

La mirada de Hopper

Si hablo de Edward Hopper, es muy probable que el primer cuadro que te venga a la cabeza sea Nighthawks (Noctámbulos), esos tres clientes sentados en la barra de un diner atendidos por un camarero de blanco inmaculado y vistos desde una calle completamente desierta que ha dado lugar a incontables imitaciones y evocaciones. Pues bien, precisamente ese cuadro no podrás verlo en la exposición temporal organizada por el Museo Thyssen-Bornemisza y la Réunion des musées nationaux de Francia, pero quizá con más razón deberías acercarte a disfrutar de las otras 73 obras del artista que sí han logrado reunir en «Hopper», a secas. Y es que no hace falta decir más.

Se le considera el mejor pintor estadounidense del siglo XX y vivió en aquella época terrible en la que el país de la libertad despertó abruptamente del mascado «Sueño Americano». Meticuloso hasta la médula y algo misántropo, Hopper tuvo unos comienzos difíciles, en los que sufrió el mayor desdén y escarnio por parte de la crítica y el público: la pura ignorancia. Es un representante del realismo social, pero tal como defienden los organizadores de la exposición, clava sus raíces en el impresionismo europeo. Esto se hace patente en el papel preponderante de la luz, que no solo domina las composiciones, sino que también está presente en los títulos de sus obras: Mañana en Carolina del Sur (1955), Mañana en una ciudad (1944), Sol de mañana (1952), Conferencia por la noche (1949), etc.

Además, Hopper fue un gran historiador que retrató fielmente la soledad y el aislamiento del hombre en el mundo urbanizado. Sus paisajes son espacios ásperos, hostiles y desolados y sus escenas de interior representan situaciones típicas y vulgares, algo simplificadas. No obstante, esta sencillez es solo aparente, pues sus cuadros están impregnados de narratividad implícita, esto es, cuentan historias familiares sobre la vida en la ciudad, la soledad, la melancolía y la complejidad de las relaciones interpersonales.


Edward Hopper, Eleven a. m. (Once a. m.), 1926.
Óleo sobre lienzo, 71,3 x 91,6 cm.
Smithsonian Institution, Hirshhorn
Museum and Sculpture Garden,
Washington, D.C.


Hopper nos convierte en voyeurs que disfrutan contemplando la melancolía, la banalidad y la inmensa soledad reinantes en las intimidades de otros. El realismo es lo que tiene, interpreta la vida tal como es, sin tapujos y sin medias tintas, y nos la estampa en la cara. Sus figuras transitan por un mundo que no pinta nada bien. Son retratos estáticos de personas en movimiento. Y nosotros podemos inventar sus historias, conmovernos con sus vidas truncadas, leer la tristeza en sus semblantes y, quizá, reconocernos en ella a nosotros mismos.


Edward Hopper, Verano en la ciudad, 1949.
Óleo sobre lienzo, 50,8 x 76,2 cm.
Berry-Hill Galleries, Inc., Nueva York.


Nada nos prohíbe estar tristes de cuando en cuando. A veces, es el único remedio sensato, pues de todos es sabido que la alegría en estómago vacío no cae nada bien. Así pues, si adoleces de esa melancolía que llena los espacios entre un gozo y otro o si quieres sentirte solo entre la multitud, no te pierdas la exposición «Hopper» abierta hasta el 16 de septiembre de 2012. Si no te es posible, no te inquietes; siéntate, reposa los codos sobre el regazo, e imprégnate de realidad con Hopper allí donde estés.