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Sunday, November 11, 2012

Del cielo, de la tierra y de las estampas que los conectan

Aún conservo una serie de estampitas de cristos, santos y vírgenes que mi abuela me animó a reunir cuando era niña. Todas las noches, quizá no todas, pero al menos tres o cuatro seguro que sí, las extendía sobre la cama y a ellas les dirigía mis oraciones. ¡Cuál no sería mi sorpresa cuando en la larguísima Los diez mandamientos vi cómo Dios castigaba a los adoradores de ídolos! Me sentí terriblemente ultrajada. Pero, ¿cómo no estarlo? Las imágenes no sólo pueblan iglesias, santuarios, templetes, monasterios, etc., etc., sino que incluso salen a la calle en procesión, y las vemos en edificios públicos, en escuelas y en incontables viviendas particulares. Más aún, una gran parte de estas obras sagradas son verdaderas obras maestras de la pintura y la escultura. No podía entender cómo tanta belleza podía tener algo de malo.

En Francia, las imágenes de devoción cristiana florecieron especialmente durante el siglo XVII, cuando la construcción de edificios religiosos aumentó exponencialmente y fue preciso decorarlos. El mes pasado, el Musée Carnavalet de París inauguró una exposición que constituye una verdadera retrospectiva del arte parisino del siglo XVII y que reúne más de un centenar de imágenes de carácter religioso que sobrevivieron a la Revolución y a las reformas urbanas del siglo XIX. Permanecerá abierta hasta el 24 de febrero de 2013 con el nombre de «Les couleurs du ciel» (Los colores del cielo).


Hans Memling, panel central del tríptico El juicio final, c. 1467-1471.
Óleo sobre tabla, 221 x 161 cm.
Muzeum Narodowe w Gdańsku, Gdańsk.


En la Biblia, la palabra «cielo» (o su variante «cielos») aparece en más de 700 versículos, incluidos los dos en los que Dios condena la realización de semejanzas de las cosas que están allá arriba (Éxodo 20, 4 y Deuteronomio 5, 8), y el firmamento juega un papel crucial en las representaciones de escenas bíblicas. El cielo es la morada divina, tal como invoca el Padrenuestro; el arco iris simboliza el nuevo pacto con todos los hombres tras el diluvio universal; del cielo abierto descendió el Espíritu Santo sobre la tierra; las estrellas caerán en forma de ángeles y la de oriente anunció el nacimiento del Rey de los Judíos, y un cielo críptico y amenazante como el de Memling puede estar extraído del Apocalipsis.


Ivan Nikolaevich Kramskoi, Cristo en el desierto, 1872.
Óleo sobre lienzo, 180 x 210 cm.
Galería Estatal Tretiakov, Moscú.


No obstante, por encima de todo, para un creyente el cielo es el lugar en el que Cristo intercede por la humanidad y de donde volverá para juzgar a vivos y a muertos cuando se acabe el mundo (sea el 21 de diciembre o cualquier otro día); el lugar donde reposan sus seres queridos y aquel al que un día retornaran al estado anterior a la caída. Así pues, el cielo, como las demás imágenes sacras, no es el objeto de la adoración; el culto de la religión no se detiene en las imágenes, sino que se dirige al Dios encarnado, tal como escribió santo Tomás de Aquino en su Summa Theologiae.

Yo sigo en mis trece de que algo tan bello como el Cristo en el desierto de Kramskoi no puede conducir a nadie a la condenación eterna y, por ello, seguiré guardando esas estampitas y me descoyuntaré las vértebras cervicales en éxtasis el día que tenga la fortuna de visitar la Capilla Sixtina.

Si planeas una visita a París próximamente, no pierdas la oportunidad de admirar en detalle los cuadros que han descolgado de los museos más antiguos de la ciudad para la ocasión. Y si la exposición llega tarde y ya tienes tortícolis de tanto mirar hacia arriba, ¿por qué no aprovechar el obligado reposo para ampliar tus conocimientos sobre el arte sacro con las imágenes de Cristo de este magnífico eBook de Ernest Renan?

Tuesday, October 9, 2012

Entre naturalismo e impresionismo: Caillebotte

Debo admitir que cuando, hace no mucho, mi jefe me nombró a Caillebotte, no sabía de quién me estaba hablando, mucho menos su nacionalidad o el movimiento estético al que pertenecía (y no digamos cómo escribirlo). Pero Google existe por una razón, así que hice una búsqueda y me quedé sorprendida al ver que, aunque no conocía el nombre del artista, las imágenes me eran muy familiares. Y es que con Caillebotte pasa como con las canciones clásicas, que todo el mundo las conoce pero poca gente es capaz de decir el intérprete/autor.

Este acaudalado impresionista tuvo parte de culpa del éxito de sus compañeros y luego cayó en el olvido (¿quizá por su toque naturalista?). Y digo que tuvo culpa porque se convirtió en su mecenas, además de amigo y colaborador, y no contento con eso, a su muerte donó su colección al Estado.


Calle de París, día lluvioso, 1877.
Óleo sobre lienzo, 212,2 x 276,2 cm.
Art Institute, Chicago.


Es precisamente esta mezcla de impresionismo y naturalismo lo que, a mi parecer, lo hace interesante y le da ese aspecto de fotografía a sus obras. Eso, además de los temas elegidos, claro, ya que como buen impresionista se dedicó a retratar el París urbano, pero lo hizo con un aire más del siglo XX que del XIX (hay quien afirma que le recuerda a Hopper, y no me parece una comparación desacertada).

La exposición «Gustave Caillebotte. An Impressionist and Photography» del Schirn Kunsthalle de Fráncfort del Meno hace especial hincapié en este aspecto fotográfico; tanto que expone, junto a las obras de Caillebotte, fotografías de finales del siglo XIX y principios del XX. Si tienes un rato, puedes acercarte y maravillarte con la obra de este no tan conocido pintor. O si lo prefieres, puedes hacerte con este libro de Nathalia Brodskaya.

Tuesday, October 2, 2012

La verdadera inocencia de los musulmanes

El undécimo aniversario de los ataques del 11 de septiembre ha estado trágicamente marcado por el asesinato del embajador de Estados Unidos en Bengasi, Libia. Este atentado se confundió entre una serie de protestas, violentas y no violentas, suscitadas por el insultante y mediocre largometraje estadounidense Innocence of Muslims (La inocencia de los musulmanes). Aún no se ha confirmado el nombre del responsable de esta película que ridiculiza a Mahoma (o Muhámmad, según se prefiera) y que, supuestamente, trata de demostrar que «el islam es un cáncer», pero las secuencias publicadas por ese desconocido en YouTube han desatado una violencia difícilmente contenible.

Realmente es una desgracia que sucesos como estos empañen la riqueza y la diversidad de la civilización islámica. Este undécimo aniversario también coincide con la apertura del octavo departamento del Louvre dedicado enteramente al legado artístico del islam. En el discurso pronunciado durante la inauguración, el presidente de Francia, François Hollande, no sólo alabó el universo islámico formado por mil y un mundos, épocas, lugares e inspiraciones, sino que declaró abierta la batalla contra la intolerancia y calificó de injusta la atribución de los fundamentalistas islámicos, que se declaran representantes de todo el islam y tiñen de sangre todas sus culturas.

Sí, culturas en plural, porque el islam se extendió por un vastísimo territorio, desde la India hasta España, que abarcaba gentes y culturas muy distintas, no sólo árabes. En definitiva, las creaciones artísticas islámicas fueron fruto de intercambios constantes, intercambios que inevitablemente han conformado eso que llamamos cultura occidental. Y a veces de forma sorprendente. Veamos, por ejemplo, esta obra maestra del arte metalúrgico, una de las joyas del gran museo de Francia, que se conoce como El baptisterio de san Luis.


Vasija conocida como El baptisterio de san Luis, c. 1320-1340.
Latón con incrustaciones de plata y oro, altura: 22cm y diámetro de apertura: 50,2 cm.
Musée du Louvre, París.


Durante siglos, esta pieza de metal sirvió para bautizar a los niños reales de Francia, desde Luis XIII, en 1601, hasta el príncipe imperial, Napoleón Eugenio, hijo de Napoleón III, en 1856. No obstante, su origen se encuentra en Siria o Egipto, en la época del sultanato de los mamelucos, la dinastía de antiguos esclavos que gobernó el mundo árabe desde 1250 hasta 1517, cuando fueron conquistados por los otomanos. Se atribuye a Muhámmad ibn az-Zayn, pero se desconoce quién era su destinatario. Tampoco se sabe cómo llegó a manos reales ni por qué flores de lis decoran su exterior. Lo que sí parece cierto es que la vasija aún no existía en 1270, cuando falleció Luis IX, por lo que el nombre por el que se la conoce tradicionalmente sería incorrecto. Pero... ¡qué gran ejemplo de la inevitable interferencia entre los pueblos! Los monarcas por derecho divino se cristianaban en una obra de origen islámico...

Con respecto a las últimas erupciones de violencia, la cabeza visible de la Iglesia católica, el papa Benedicto XVI, ha implorado durante su visita a Beirut por que, lejos de separarnos, las diferencias culturales, sociales y religiosas nos lleven a establecer «un nuevo tipo de fraternidad». Para empezar, no dejes de visitar el nuevo espacio diseñado por los arquitectos Mario Bellini y Rudy Ricciotti en el país de la «Liberté, égalité, fraternité» ni de embeberte de grandeza oriental con las coloridas ilustraciones de los ebooks Art of Islam y Art of India y del libro Central Asia Art.

Tuesday, September 25, 2012

Almuerzo sobre la hierba y ratones en la despensa

Con el afán de presentar sus colecciones al público de una forma diferente, el Nationalmuseum ha organizado una exposición sobre la Francia del siglo XIX y la vida moderna que surgió en ese convulso siglo, concretamente en el período comprendido entre la Revolución Francesa y el estallido de la primera guerra mundial.

Por algún motivo, lo primero que se me viene a la mente a la hora de hablar sobre este tema es la conocidísima fábula del ratón de campo y el ratón de ciudad. De forma resumida, con plena consciencia de que existen infinitas y sutiles variaciones, cuenta la historia de un ratón de ciudad que invita a un ratón de campo a participar de las exquisitas golosinas de su despensa urbanita, pero su festín es trágicamente interrumpido y el ratón de campo pone pies en polvorosa hacia su adorada campiña convencido de que ningún manjar es lo suficientemente delicado como para exponerse a los peligros de la ciudad.

¿Y qué relación puede guardar una fábula de la Antigüedad clásica con Francia y con la época de las guerras napoleónicas, la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, los viajeros del grand tour, la industrialización, la primera proyección de los hermanos Lumière, la expansión del ferrocarril, los Salones, las Exposiciones Universales, las renovaciones artísticas y las revueltas de la recién constituida clase obrera? Pues bien, en primer lugar, en mi cabeza esos dos ratones son evidentemente franceses. No sé si será por el queso, pero Francia tiene algo (o mucho) de ratona; además, no puedo sino imaginarme al pobre ratón rural extasiado ante un despliegue de Comté, de compota de higos, de marrons glacés, de macarons, de milhojas, de magdalenas o de petisús salidos del horno del mismísimo Carême, cocinero de los reyes. En segundo lugar, el siglo XIX se caracterizó por las grandes migraciones del campo a la ciudad. Es el siglo en el que París se convierte en la ciudad por excelencia, donde la burguesía es la clase dominante, que pasea por las grandes avenidas y los bulevares, se entretiene en los grandes almacenes, va a la Ópera de Garnier o a los espectáculos de cancán, toma el metro o se reúne en los café-concerts más populares. (También fue una época marcada por epidemias devastadoras, como la del cólera, y los roedores se cuentan entre los transmisores de esta enfermedad, aunque esto le da un tinte algo macabro a la narración).

Los burgueses decimonónicos y las escenas cotidianas de su vida moderna nos resultan extremadamente familiares gracias al legado de los innovadores artistas que ejercieron de observadores e intérpretes de una era: los románticos, los realistas, los pintores paisajistas y los impresionistas. Gracias a ellos, la vida cotidiana se convirtió en el tema pictórico por excelencia y se desecharon los ideales academicistas por motivos más dramáticos que, en ocasiones, fueron objeto de burlas y suscitaron una verdadera conmoción. Un ejemplo es este Almuerzo sobre la hierba de Manet, que se exhibió por primera vez en el «Salon des Refusés» (Salón de los rechazados) autorizado por el emperador Napoleón III en 1863.

 


Edouard Manet, Almuerzo sobre la hierba, 1863.
Óleo sobre lienzo, 208 x 264,5 cm.
Musée d’Orsay, París.


 

Aunque Manet se inspiró en obras clásicas, los personajes son indudablemente modernos y los bruscos contrastes entre las luces y las sombras, así como la falta de perspectiva y de profundidad, suponen una ruptura con los convencionalismos técnicos. El artista trata simplemente de reflejar lo que su ojo ve, con sus limitaciones, y nos presenta una escena bucólica de belleza, tranquilidad y recreo. La bulliciosa modernidad del siglo XIX también supuso un resurgimiento del tema horaciano del Beatus Ille, la descansada vida alejada del mundanal ruido que alabó fray Luis de León. En definitiva, la misma cuestión vital que expone el ratón de campo, que estimó su grama y su abrojo «mucho más de allí adelante».

Hasta el 1 de enero del próximo año podrás explorar el siglo XIX tal como lo reflejaron los pintores, fotógrafos y escultores de la vida moderna. Y para abrir boca, deléitate con las «escandalosas» visiones de los artistas impresionistas que se recogen en esta obra de Nathalia Brodskaya.

 

Tuesday, September 11, 2012

Caillebotte, un impresionista con calidad fotográfica

Gustave Caillebotte falleció demasiado joven. Su vida transcurrió entre 1848 y 1894, en esa convulsa época de transformaciones, conflictos y replanteamientos que fue el siglo XIX. Estudió derecho, pero rechazó su formación como jurista para dedicarse a retratar la vida moderna francesa y a pintar sensaciones junto a los pioneros del arte impresionista. La herencia que recibió tras el fallecimiento de su padre le permitió convertirse en el gran mecenas de Degas, Manet, Renoir, Monet, Pissarro, Cézanne y Sisley, entre otros, cuyas obras legó al Estado francés. Como muchos de sus amigos impresionistas, abandonó la despiadada ciudad para retirarse al barrio de Petit Gennevilliers, a orillas del Sena, donde cultivó un bello jardín, se refugió en la naturaleza y practicó el remo con pasión.

De algún modo, su labor de mecenazgo ensombreció su propia carrera artística. Tal como afirma el personaje más pedante y estirado de la película Midnight in Paris, la declaración de amor de Woody Allen a la ciudad de la luz, es posible que Caillebotte sea el impresionista más subestimado de todos. Quizá la más conocida de sus obras sea Los acuchilladores de parqué, que formaba parte de la colección que el gobierno de Francia rehusó aceptar durante los tres largos años que duró la «affaire Caillebotte». Este cuadro también había sido rechazado por el jurado del Salón de 1875, ya que fue una de las primeras representaciones artísticas del proletariado, un tema a todas luces «vulgar».

 


Gustave Caillebotte, Los acuchilladores de parqué, 1875.
Óleo sobre lienzo, 102 x 146,5 cm.
Musée d’Orsay, París.


 

La alineación de las tablas del parqué y el torso desnudo de los trabajadores son reveladores de su formación académica junto a Léon Bonnat, pero la elección del tema es radical y sigue la línea de los maestros realistas Millet y Courbet. No obstante, las pinturas de Caillebotte no articulan un discurso social, moralizador ni político como los obreros del campo y los campesinos de los anteriores; más bien al contrario, recrean una atmósfera de serenidad, una especie de descanso vital en medio de la agitación. Por otro lado, Caillebotte seleccionaba perspectivas arriesgadas y extrañas y sus encuadres no delimitaban escenas completas. Para la Schirn de Fráncfort del Meno este uso audaz de las técnicas de representación de la profundidad convierte a Caillebotte en un pionero del uso de los medios fotográficos que se pusieron en práctica en los años veinte y así nos lo presenta en la exposición «Gustave Caillebotte. Ein Impressionist und die Fotografie» (Gustave Caillebotte. Un impresionista y la fotografía) que se inaugurará el próximo 18 de octubre y estará abierta hasta el 20 de enero del próximo año.

La muestra incluye cincuenta cuadros y dibujos de Caillebotte y los compara con las instantáneas de fotógrafos contemporáneos y de los genios que revolucionaron el mundo de la fotografía y desecharon los convencionalismos, como André Kertész, László Moholy-Nagy, Alexander Rodchenko y Wols. Esta es precisamente la faceta más rompedora de Caillebotte: su significativa relación con la formación de nuevas visiones. Sus obras no sólo son un registro de lo que vieron sus ojos, sino que enseñan al espectador a mirar con ellos.

Henri Cartier-Bresson, el padre del periodismo fotográfico moderno, afirmó que «sacamos fotos de cosas en constante proceso de desaparición, y una vez que han desaparecido, no hay forma humana de hacerlas volver». Y así es, las fotografías, como los cuadros, nos permiten acceder a realidades que ya no existen, a fragmentos de la realidad que nunca volverán, a las vidas de quienes veían y quienes fueron vistos. Quien tenga alma de burgués parisino decimonónico y espere que tres hombres descamisados vengan a acuchillarle el parqué, puede esperar sentado... o puede hacerse con un ejemplar de este libro de Nathalia Brodskaya para regodearse en la vida moderna del siglo XIX a través de los ojos de los grandes impresionistas.

 

Tuesday, July 31, 2012

Libertadamente Gaultier

Todos hemos oído alguna vez ese apelativo un tanto raído de «L’enfant terrible de la moda» que se utiliza con frecuencia para calificar a un sinnúmero de modelos y diseñadores —mujeres ellas, hombres ellos, salvo la honrosa excepción de Vivienne Westwood—, especialmente a los segundos. La frasecilla no atiende al decoro y habla sin acatamiento del réprobo John Galliano, del atribulado Alexander McQueen, del guipuzcoano Ion Fiz, del talentoso Esteban Cortázar, de mi paisano David Delfín, de Christian «L’enfant-Roi» Deslauriers, del renovador Marc Jacobs o, cómo no, del francés Jean Paul Gaultier.

Precisamente a este último le ha dedicado una exposición el de Young de San Francisco. «The Fashion World of Jean Paul Gaultier: From The Sidewalk to the Catwalk» estará abierta al público hasta el próximo 24 de agosto para desvelar algunos aspectos claves del ceremonial del diseñador. En mi opinión, pese a que el propio Gaultier define su marca como «alta costura para la calle», la coletilla del título de la exposición puede inducir a engaño; ya que «de la acera a la pasarela» sugiere unos orígenes más similares a los de la tenaz Edith Piaf que a los relativamente cómodos de Gaultier como alumno de Pierre Cardin. No obstante, la gloria de ambos sí que es comparable.

Jean Paul Gaultier es, sin duda, el legítimo «enfant terrible», porque decora las formas femeninas como si jugara con muñecas y se divierte enormemente al hacerlo. Para muestra, basta ver alguno de los vídeos promocionales de los nuevos diseños para ese refresco bajo en calorías universal, cuyos botellines ha vestido como si fueran mujeres. Bajo sus cuerdas, el cuerpo femenino se convierte en un lienzo sobre el que pinta la belleza en todas sus formas. Los motivos de las botellas son sus diseños fetiches: las rayas bretonas, los tatuajes y los corsés.

Precisamente, con esta última prenda de vestir, el diseñador halló el contrapunto entre la opresión y la libertad. En su colección Dada de 1983, desafió el carácter tradicional del corsé como ropa interior. El famoso corsé que diseñó para la «ambición rubia» en 1990 se convirtió en un verdadero símbolo de la irreverencia y la seducción de una feminidad exacerbada. Las figuras encorsetadas de Gaultier dan un paso más hacia la emancipación estética; son mujeres fuertes y seguras de sí mismas que se sienten cómodas en su propia piel.

Ya lo sabes, si te apasiona el estilo, la lencería, el cine, la libertad, las transparencias y todo aquello que aviva los sentidos, no te pierdas el espectáculo que se ha montado en torno al couturier-niño en San Francisco. Si, además, consideras que, al igual que un buen corsé, unos buenos zapatos de tacón embellecen las piernas, mejoran la postura y hacen que las mujeres se sientan poderosas y estilizadas, no dudes en hacerte con un ejemplar de Zapatos (o, por qué no, con un par).


Zapatos de tacón con cristales Swarovski diseñados por Salvatore Ferragamo para que Marilyn Monroe los utilizara en la película Let’s Make Love, dirigida por George Cukor en 1960.
Museo Salvatore Ferragamo, Florencia.