Ni siquiera un solaz como el cine se salva en estos momentos. Este año los Cines Renoir de Zaragoza, de Les Corts, en Barcelona, y de Palma de Mallorca han echado el cierre por falta de negocio. Bastión del cine independiente en versión original, el nombre de estas salas rinde homenaje al cineasta, guionista y actor francés Jean Renoir, cuya obra se inclina hacia la comprensión de las razones que todos tienen en este mundo. ¿Y qué podemos hacer nosotros? «Nosotros nos enamoramos» podría responder algún lector cinéfilo.
Y tendría razón, en tiempos de profunda decepción e incertidumbre, solo el amor nos puede ayudar a no perder la esperanza. No en vano, el amor al cine es lo que ha llevado a un grupo de 900 personas a movilizarse para salvar el Renoir mallorquín, que pronto volverá a abrir sus puertas con el nombre de Cine Ciutat. Al parecer, obtuvieron la idea de unos vecinos de un barrio de Boston que hicieron algo parecido, inspirados quizá por los colonos que se amotinaron en 1773.
Afortunadamente, no faltan ejemplos como este de lo que se puede conseguir con la motivación y el empeño adecuados. Si bien es necesario ser consciente de la terrible realidad del mundo, también es necesario ver la vida con optimismo. Y esto es lo que se ha propuesto el Museum of Fine Arts (aquí están de nuevo los bostonianos en acción) con su exposición Dancing with Renoir, que reúne por primera vez desde 1985 la trilogía de parejas de baile del genial Pierre-Auguste Renoir.
Obras (de izquierda a derecha):
Pierre-Auguste Renoir, Baile en la ciudad, 1883. Óleo sobre lienzo, 180 x 90 cm.
Musée d’Orsay, París.
Pierre-Auguste Renoir, Baile en el campo, 1883. Óleo sobre lienzo, 180 x 90 cm.
Musée d’Orsay, París.
Pierre-Auguste Renoir, Baile en Bougival, 1883. Óleo sobre lienzo, 181,9 x 98,1 cm.
Museum of Fine Arts, Boston.
Hasta el 3 de septiembre, la galería impresionista se convierte en un salón de baile en el que hasta los más pétreos corazones se reblandecerán con el candor de las mejillas sonrosadas, con los gráciles pasos de baile reflejados en el movimiento de los vestidos y con una sensualidad latente. Las parejas son testigos felices de una época de estabilidad y despreocupación, que Renoir traduce al idioma impresionista con pinceladas rápidas y fragmentadas y con colores vivos que ponen de relieve el escenario de cada baile (París y dos pequeños cafés al aire libre).
No desaproveches la ocasión de darte un baño de optimismo frente al devenir de la vida y baila al son de una época más propicia y luminosa en Boston o a través de las páginas (electrónicas o en papel) de Renoir y Renoir. Al fin y al cabo, necesitamos el amor para movernos al compás de otros. «El mundo se desmorona y nosotros...». Y nosotros bailamos.
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