La muestra abrió sus puertas el pasado 28 de marzo, en plenas vísperas de la Semana Santa, y eso nos lleva a pensar directamente en la Pasión por antonomasia, la que padeció Jesucristo para redimir a la humanidad. ¡Y cuánto juego ha dado su sufrimiento desde entonces! Artistas de todas procedencias, adscripciones y confesiones han tratado de imaginar el semblante del Hijo de Dios y darle forma. Profunda tristeza, exaltación, ira, temor, perturbación, traición, gozo, desconsuelo, dignidad, dolor, abatimiento, pesar, muerte... ¿Cómo se reflejan todos estos factores en nuestra fisionomía? ¿Se pueden estandarizar las manifestaciones somáticas de la «ira sosegada», del «goce de estar triste» o del «dulce tormento»? ¡Qué tema tan apasionante la pasión!
Y es que, lejos de su significación etimológica, lo que despierta pasiones en la actualidad no son tanto los tormentos como nuestras inclinaciones y afectos. Así, nos apasionamos por el fútbol, por las causas justas, por la política, por la lexicografía, por los bailes de salón, por el vino, por el arte. ¿Y acaso hay algo más pasional que el amor? Ahora bien, ¿cómo se representa un rostro enamorado? ¿Con un emoticono de mirada perdida y corazones que se desvanecen en el aire? El amor parte de la propia insuficiencia, por lo que solo se puede retratar en contexto. Se refleja en un cruce de miradas, en un encuentro, en un gesto... en un beso.
Francesco Hayez, El beso, 1859.
Óleo sobre lienzo, 110 x 88 cm.
Pinacoteca di Brera, Milán.
Los besos apasionados son el resultado de un impulso amoroso y el final indispensable de cualquier superproducción de Hollywood que se precie o de una telenovela que cause sensación. Pero aparte de alguna que otra muestra de chabacanería y sentimentalismo, el buen cine, la fotografía, la literatura, la escultura y la pintura nos han dejado ejemplos de besos inolvidables, como el de Holly y Paul en Desayuno con diamantes, el famoso beso robado del marine a la enfermera en Times Square, el «legítimo beso» de Romeo a la yaciente Julieta, El eterno ídolo (1889) de Rodin, Psiqué reanimada por el beso del Amor (1787-1793) de Canova o las representaciones de los jóvenes y trágicos amantes Francesca da Rimini y Paolo Malatesta. El beso de Hayez que ilustra estas letras nos convierte en testigos impertinentes de un beso clandestino, tierno, hermoso, deseado, lleno de nostalgia y melancolía y apasionadamente intenso. Todos estos besos, plagados de matices, algunos tiernos y otros envenenados, sujetos a mil y una interpretaciones, nos estremecen y encienden en nosotros una pasión que puede ser feliz, arrebatadora, triste o desconsolada, pero en ningún caso indiferente.
Pon en práctica tus dotes de intérprete de emociones y no te pierdas la exposición en Estocolmo o conmueve tu pasión con las arrebatadoras ilustraciones del amor de Love. Y si has progresado tanto en el amor que ya no te alcanza el mundo para otra cosa, como escribió García Márquez, continúa deleitándote en las artes amatorias con Desnudos, Fotografía erótica y Dibujos eróticos.
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