Monday, March 25, 2013

Anarsequetrodovirpo —mnemotecnia del simbolismo

«Porque lo bello no es sino el comienzo de lo terrible,
ése que todavía podemos soportar»


Elegías de Duino, Rainer Maria Rilke


El simbolismo no fue un movimiento artístico como tal. Se desarrolló a partir de la literatura francesa y, posteriormente, de las belga y rusa y se define como un medio para conceptualizar verdades e ideas atemporales, para reproducir los efectos que escenas del mundo real produjeron en los artistas que las pintaron, en los poetas que las pusieron en verso.

Situadas en su contexto histórico, a finales del siglo XIX, las obras simbolistas reflejan vidas de tensión, horrores y barbarie. La muerte es un tema recurrente, como también lo son la espiritualidad, el misticismo, la religión y la fantasía, que se combinan para trascender la realidad y la razón y alcanzar una realidad superior eminentemente subjetiva. Dado que no existe una pauta precisa que caracterice al simbolismo, lo único que sus seguidores tienen en común es, por así decirlo, «el espíritu». Y es precisamente este espíritu simbolista el que da título a la exposición que el Ateneum, el museo nacional de arte finlandés, dedica a las obras simbolistas de su colección.

 

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Hugo Simberg, El jardín de la muerte,
Acuarela y aguada sobre papel, 16 x 17 cm.
Ateneumin taidemuseo, Helsinki.


 

Uno de los artistas destacados de la exposición es Hugo Simberg, quien decía querer «pintar todo aquello que conmueve el alma». Sus obras plantean preguntas acerca de la vida y la muerte y poseen un fino sentido del humor. En El jardín de la muerte, por ejemplo, las figuras esqueléticas cuidan de sus extrañas plantas con una ternura tan primorosa como insospechada. Esta yuxtaposición puede resultar extraña al espectador, pero más allá de la confusión transmite serenidad y aliento, y una cierta nostalgia por la vida que un día dejará de ser. Simberg esbozó numerosas variaciones de esta composición, que también pintó en los muros de la catedral de Tampere.

 

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Hugo Simberg, El ángel herido, 1903.
Óleo sobre lienzo, 154 x 127 cm.
Ateneumin taidemuseo, Helsinki.


 

Otro de los frescos de esta catedral retoma el tema de El ángel herido, la obra de arte más apreciada por los finlandeses, según una encuesta de 2007. Hugo Simberg trabajó duramente en esta melancólica obra, que realizó a partir de fotografías de los modelos y del sendero de la bahía de Töölö por el que caminan. Cuando la hubo finalizado, Simberg rehusó ponerle un título y acompañarla de interpretación alguna: es el propio espectador quien debe dotarla de significado. Posteriormente, se le dio el nombre por el que se conoce hoy en día y se la relacionó con la meningitis por la que el artista fue hospitalizado mientras la pintaba, con un compromiso con la clase trabajadora o con una alegoría de la turbulenta situación política de una Finlandia oprimida y en proceso de rusificación.

Dos muchachos de aire sombrío transportan por un paisaje estepario a una criatura alada y resplandeciente. Los ojos de este ángel de cabellos pajizos están vendados y hay un reguero de sangre en una de sus alas; lleva un ramillete de campanillas de invierno en la mano derecha, y tiene la cabeza inclinada hacia abajo, como si le avergonzara verse expuesto a la luz del día.

Las figuras angelicales se cuentan entre los principales temas del simbolismo, quizá por su perfección, que escapa a nuestra comprensión, o por su numinosa belleza. En el caso del ángel de Simberg, verlo tan bello y humillado hace que el corazón se encoja y produce un dolor que se torna casi insoportable.

Si necesitas escapar de la monotonía de la realidad empírica, acércate a Helsinki antes del 28 del próximo mes para descubrir lo invisible escondido en las salas de «In the Spirit of Symbolism» (si te apuras, puede que incluso llegues a tiempo de salir a la caza de auroras boreales, lo más parecido a contemplar el mundo espectral rasgándose en el cielo). Asimismo, te invito a llorar a solas con las obras que Nathalia Brodskaya analiza en El simbolismo, pero te pido precaución, no vaya a ser que, como le ocurrió a la gran poetisa rusa Marina Tsvetáieva, tu vida —quizá no tan procelosa como la suya— comience «a adquirir sentido y peso sólo transfigurada, es decir, en el arte».

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